La influencia de las películas de vaqueros en latinomérica es innegable. Gran parte de los atuendos de los músicos norteños, incluyendo a los Tigres del Norte, tienen que ver con esa época en que en los cines de México y latinoamérica se veía cada semana una de vaqueros.
Incluso mi hermana María tenía la costumbre de decir “mejor cuéntame una de vaqueros”, cuando no creía las cosas que le decía. Y es que las películas de vaqueros, los westerns, a veces eran tan extraordinarias que llegaban a la irrealidad.
Los westerns dieron paso a las películas de karatecas y a las de mafiosos, pero siempre quedaron en mi mente “algo” que me hacía desear volver a ver “una de vaqueros”.
Este pasado fin de semana entendí, que no es exáctamente la historia de matones y sherifes lo que me gustaba ver, era algo más, relacionado con las imágenes y con cierta melancolía.
Fui a ver “Appaloosa” solamente porque tiene la garantía de dos actores que admiro: Vigo Mortensen y Jeremy Irons. Pero en el encierro del cine, recuperé viejos gustos que me daban las películas de vaqueros: la libertad de los espacios abiertos llenos de montañas y planicies; la nostalgia de los pueblos pequeños que poco a poco se iban haciendo; el gusto de la gente por convivir libando un buen tarro de cerveza en un espacio público; la disciplina y seriedad de los pistoleros, que no se podían permitir sacar así nomás sus pistolas.
Por supuesto, las películas del Oeste también tienen la triste fama de que presentaban a los indios como los malos, y que hacían ver que “La Ley del Oeste” hecha por las pistolas era la única posible.
Pero, fuera de eso, algunas películas suelen ser entretenidas.
En “Appaloosa” se presentan dos personalidades fuertes, la de un Marshal que es muy inteligente con la pistola, pero muy ingenuo con las emociones; y la de un tipo que tiene más lealtad a su compañero que a una posible relación amorosa.
Tiene un poco de humor, y su buena dosis de balazos. Pero se agradece que el final, no es exáctamente como lo pintarían una película de Disneyland o una de los Hermanos Almada.
Es una película creíble, disfrutable, donde uno se escapa hacia esas praderas y pueblos donde no se hablaba aún de contaminación, estrés, pandillerismo… Es “una de vaqueros”, como decía mi hermana María, pero de calidad.