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MÉXICO, D.F., mayo 10 (EL UNIVERSAL).- ¿Dónde se ha visto que una madre tenga que sumergirse entre la basura, el lodazal y la pestilencia del canal de Cuemanco, al sur de la ciudad de México, para buscar los restos de su hijo?.

¿Cómo es posible que en el lugar más inmundo de la tierra, una madre tenga que sumergir sus pies, alzar los pantalones, remangar la camisa y pisar las aguas negras, y después entrar a terrenos baldíos llenos de mugre y animales muertos, para con sus manos escarbar mientras busca cualquier resto de su hijo secuestrado y asesinado?

¿De dónde saca una madre la fuerza para mirar a los ojos del asesino confeso de Hugo Alberto Wallace Miranda y rogarle que recuerde el sitio donde arrojó las bolsas negras de basura con sus restos?

– Por favor Jacobo, piensa despacio, trata de acordarte. ¿Dónde fue que lo arrojaste? ¿Fue por aquí?¿Fue más para allá?, iba diciendo Isabel Miranda de Wallace en un tono que inclusive pudiera parecer maternal, con tal de que le diera una sola pista para ubicar el cuerpo.

Lo soporta todo, solo porque necesita de un lugar específico dónde colocar a su hijo, una urna para velarlo. No pide más, y es por eso que continúa escarbando.

– Sé que estás nervioso, que es mucha presión para ti, pero intenta tranquilizarte y acuérdate bien por favor, decía Miranda de Wallace aquella mañana.

Jacobo Tagle avanza esposado y rodeado de elementos de la policía, intentando recordar el lugar donde arrojó el cuerpo de Hugo, habla de un colchón que usaron para tapar las bolsas con los restos y todos se afanan por encontrar el colchón.

Esa mañana es él quien manda.

– Aquí puede ser. Este terreno se parece. Puede ser aquí. –

Entonces Isabel vuelve a salir de la camioneta y entra a otro terreno baldío y a otro, y otro más, con la esperanza de encontrar una sola señal.

Es ella quien remueve la tierra. Ella quien escarba. Hay hombres que van cortando la maleza con machetes en cada terreno indicado por Tagle, pero es ella quien lo recorre sigilosa, paso a paso, con la paciencia con la que seguramente enseño a su hijo a caminar.

Tagle no recuerda nada. Solo tiene sospechas. Manipula.

-Es que ya hace mucho que aventamos el cuerpo dice- es que los terrenos ya han cambiado mucho- escucha Isabel casi incólume, como aquella que sabe y tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.

¿De dónde sacas la fuerza Isabel ?- se le pregunta en algún momento del recorrido.

“He llegado a pensar en la autodestrucción por desesperación, por impotencia; pero mi amor como madre emergió y ha trasformado ese sufrimiento y rabia en algo positivo, para que la realidad se trasforme. ¡Que no nos roben la capacidad de indignación!. Por amor a mi hijo he hecho cosas que nunca creí realizar”.

“La solución está en cada uno de nosotros, no podemos delegar nuestra responsabilidad, debemos involucrarnos, protestar, denunciar. Es muy duro estar frente al secuestrador de tu hijo, esto requiere de un gran esfuerzo para no abofetearlo, golpearlo”.

A ellas, madres que han mirado los ojos de la tragedia y han sobrevivido.

A ellos, sus compañeros y esposos nuestra solidaridad.

A Isabel Miranda de Wallace, Silvia Escalera, Luz María Dávila, Sara Salazar, Josefina Reyes, Maximina Hernández Maldonado, Gloria Aguilera Hernández, Norma Ledesma Ortega, a Patricia Duarte y cada una de las 48 madres y padres que perdieron a sus hijos en la guardería ABC, de Hermosillo, a la madre de Paola Gallo.

Lo que sigue es mucho más que una lista. Es solo un gesto solidario para ellas que han dado la vida y la cara: madres guerreras, vencedoras, madres coraje: un abrazo.

A Gloria Aguilera Hernández, madre de dos hijos desaparecidos el 26 de septiembre de 2008, junto con su esposo.

Los tres eran trabajadores de Tránsito de Monterrey, desaparecieron ese mismo día. Fueron levantados y ahora forman parte de la fría estadística de las tres mil desapariciones forzadas registradas durante la administración de Felipe Calderón.

A Gabriela Alejos, madre de Jaime Gabriel, que fue asesinado junto con el hijo de Javier Sicilia y cinco personas más en Cuernavaca, Morelos.

A Luz María Dávila, madre de dos estudiantes asesinados en Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez.

A Patricia Duarte, y cada una de las madres de los 48 niños que perdieron a sus hijos en la Guardería ABC, de Hermosillo.

A Silvia Escalera, madre de Silvia Vargas Escalera, secuestrada el 10 de septiembre de 2007. Se señaló a la banda de Los Rojos como autores de su plagio. En diciembre de 2008 las autoridades entregan los restos de su hija.

A la madre de Paola Gallo. Tenía 25 años al morir. Fue secuestrada en el año 2000 en Cuernavaca, Morelos.

A Maximina Hernández Maldonado, madre de José Everardo Lara Hernández, desaparecido el 2 de mayo de 2007 en Santa Catarina Nuevo León, de 23 años y escolta del alcalde Dionisio Herrera Duque.

A Norma Ledezma Ortega, activista de derechos humanos desde 2002.

Tras la desaparición y muerte de su hija Paloma Escobar en Chihuahua, fundó la organización Justicia para Nuestras Hijas, donde se realizan investigaciones para localizar a jóvenes desaparecidas y sus asesinos.

La también integrante del Centro de Justicia para Mujeres, el 7 de abril de 2011, ganó el decimonoveno Premio Nacional de Derechos Humanos Don Sergio Méndez Arceo en la categoría de “Personas”.

A la madre de Fernando Martí, ejecutado en la colonia Villa Panamericana, de la ciudad de México, en 2008.

A Sara Salazar, madre de Josefina Reyes, activista juarense asesinada en enero de 2010 que instaló un campamento afuera del Senado para exigir la búsqueda de dos de sus hijos y su nuera.

Sara Salazar ha perdido a cuatro hijos, un nieto y una nuera, todos ejecutados.

Un recuerdo a Marisela Escobedo, que fue acribillada mientras exigía condenar al asesino de su hija Rubí Marisol Frayre Escobedo, y otro fraternal recuerdo a Josefina Reyes, madre de Julio Cesar Reyes, activista, también asesinada.

* Elaborado por el Centro de Información, Documentación y Análisis de EL UNIVERSAL (CIDAU)/ Hemeroteca.