Una vez sumergidas en el agua transparente, juegan a ser delfines y bailarinas de ballet. Crean formas efímeras con brazos y piernas. Se aparecen brevemente sobre el agua y se vuelven a sumergir.
Con dos cámaras que las muestran arriba y abajo, parece que la gravedad no existe, parece que tienen branquias para respirar y que el agua más que obstáculo es un tejido de corrientes que dirigen a la perfección.
No es el Cirque du Soleil, ni La Reve, pero seguro que las atletas de Nado Sincronizado no tendrían ningún problema en obtener un empleo en Las Vegas.
Olvidémonos de quienes nadan desesperádamente contra el reloj y se tragan centécimas de segundos. Fijémonos mejor en estas muchachas que parecen estar jugando en el Balneario de Zinapécuaro.
China, Rusia y España… Repartir así los metales de oro, plata y bronce, es solo una formalidad.
Eso no premia las ocho horas diarias de entrenamiento, el trabajo de escultores biomecánicos, coréografos, psicólogos y osteópatas. Eso solo dice que algunas gustaron más que otras.
Anna Tarrés puso a sus muchachas españolas a bailar flamenco y cuidó del vestido de escamas brillantes al pelo, para que los asistentes a Londres 2012 volvieran a creer en la fantasías de tritones y sirenas.
Espectáculo más que competencia “El Oceano” de Salvador Niebla no descuidó ni el ensayo de las sonrisas.
Y aunque las canadienses ensayaron con el mismísimo “Cirque du Soleil”, fue China, Rusia y España, las que se llevaron los metales.
La natación femenina sincronizada es un deporte olímpico desde Los Angeles 1984.
Las nadadoras pueden escuchar la música subacuática y, como los delfines, mantienen sus ojos abiertos bajo el agua.
Pueden hacer maromas, saltos y piruetas, pero nunca tocar el fondo de ese cubo que más bien parece una pecera.
