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    Fotografía que data de enero de 1916. Inmigrantes judíos en un refugio de la Asociación de Ayuda para Inmigrantes Judíos en Nueva York.

  • Cartel pro-inmigración con firma del autor.

    Cartel pro-inmigración con firma del autor.

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En este país vivimos tiempos contrastantes, y porque no decirlo; turbulentos. Son también tiempos en los que, por vez primera, una cadena de televisión hispana ocupa en el primer lugar de audiencia en EE.UU. y en los que la presencia hispana se ha incrementado hasta llegar a los 46 millones de personas. También es una era en la que por primera vez, el voto hispano define los resultados de unas elecciones por demás parejas y controversiales como la que protagonizaron Obama y Romney.

Aunque por otro lado, tal vez nunca se había manifestado tanto en el terreno legal, la intolerancia por la inmigración indocumentada y como resultado, una xenofobia que se ha ido exacerbando progresivamente, haciéndose presente a la vista de todos en el internet.

El chivo expiatorio de todos los problemas que acontecen a la nación, a final de cuentas, termina siendo el inmigrante. Y es que en los ojos de mucha gente, somos nosotros los causantes de las calamidades que han caído sobre este país en el que estamos en calidad de minoría.

Si bien podemos decir que está ya en proceso una reforma migratoria en el palacio legislativo, por otra parte también sabemos que esa reforma dista mucho de ser lo que pedían esas manifestaciones pro-inmigrantes que se produjeron años atrás y que no han parado hasta la fecha.

Y es que la división dentro del poder legislativo nunca ha sido tan aparente en los últimos 20 años. Es por eso que los clamores de una amnistía para millones de personas sin permisos de trabajo resultó ser algo utópico. Y en el proceso del debate, el diálogo se ha incendiado de improperios y burlas que sacan lo peor de aquella gente que se opone a que algo así suceda.

Son tiempos en los que el país entero debe purgar esos viejos males generacionales que se hacen patentes en forma de prejuicios e intolerancia. El hecho de que América, como se le llama erróneamente -pues es el nombre de todo el continente- haya dejado de tener un rostro predominantemente blanco y tome ahora distintas tonalidades es motivo de ajustes, lo cual molestaría a cualquier persona, independientemente de su color. Los cambios son inevitables y la necesidad existente de que muchos redefinan su realidad les es sin duda exasperante

Esto conlleva, en resumidas cuentas, a una lucha constante -pero necesaria-, en la que nosotros, como inmigrantes y minoría vilipendiada, podemos contribuir positivamente, enfocándonos en las cosas buenas que traemos a la mesa y no en los prejuicios y etiquetas que nos ha puesto encima el establecimiento o mainstream. Y es que el prejuicio puede ser un arma de ‘destrucción masiva’; porque nada causa más daño en un grupo de gente, que el que se llegue a creer todo lo malo que se dice sobre él. Que llegue a creer que no es lo suficientemente bueno.

Como inmigrante, puede que hablen pestes de ti, de mí y otros como nosotros, pero no pueden con ello redefinirnos y cambiar lo que pensamos de nosotros mismos y lo que realmente somos. Como dijera Ralph W. Sockman, autor y locutor de radio definido alguna vez en la revista Time como “el mejor pastor protestante en EE.UU., “La prueba del coraje llega cuando estamos en la minoría. La prueba de la tolerancia llega cuando estamos en la mayoría.” Hoy somos esa minoría y es hoy cuando debemos ser fuertes y optimistas ante lo que el futuro nos depara.

Mándenos sus comentarios a: rmsandoval@live.com

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