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Niños en un centro de desarrollo en Ciudad Bolívar, Colombia.
Niños en un centro de desarrollo en Ciudad Bolívar, Colombia.
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Un viejo adagio dicta: “prepara a tu hijo para el camino, no el camino para tu hijo”. La sabiduría antigua en estas frases muchas veces nos pasa inadvertidos, puesto que de tanto que las oímos, tienden a sonar como palabras deslavadas y sin poder.

Pero la realidad en este caso, es que los padres de hoy, mientras que tienden a dedicar más tiempo a sus hijos y a mostrarles su cariño física y emocionalmente, también tienen la inclinación de evitarles ansiedades, frustraciones y posibles desilusiones; cosa que a la larga, puede generarles más problemas de los que se evitan en el momento.

Esto es más común en hogares donde se tiene al primer hijo. El modelo de pareja que se tuviera antes de su nacimiento suele perderse. La vida de los ahora padres se reconfigura alrededor de la vida del recién nacido.

Esto hasta cierto punto es esperado, ya que el amor hacia los hijos y el cuidado por su supervivencia son algo natural. Pero si de repente ese amor se convierte en adoración, y esa familia se transforma en un universo que solo gira alrededor del niño, lo más probable es que, al tratar de dar al hijo todo, aun a costa de la misma pareja, se está nutriendo en la criatura una actitud egoísta, puesto que inconscientemente se le está enseñando que dentro y fuera de la familia, solo importa ella o él.

Más que evitarles problemas a sus hijos, los padres podrían dejarles un mejor legado si les enseñaran a lidiar con ellos. El carácter y la confianza en sí mismos les nacen precisamente de esto.

Según el portal scientificamerican.com, “los traumas a temprana edad, a pesar de dejar cicatrices, pueden también contribuir a que la gente desarrolle las áreas encargadas de las relaciones interpersonales, de la espiritualidad, el aprecio por la vida, la fuerza personal y, lo que es más importante, la capacidad de exprimir al máximo las posibilidades que te ofrece la vida”.

Si los niños no llegan a experimentar sentimientos de dolor, tampoco desarrollarán una inmunidad psicológica. La guía paterna y una actitud positiva fomentada en el niño resultan una ayuda adicional para que esto suceda.

Y con esto no digo que los niños necesitan traumas para convertirse en individuos centrados y perseverantes. Pero el evitarles todo tipo de vicisitudes para que vivan una infancia ‘completamente feliz’ tampoco resulta adecuado. Por ejemplo, nuestra tendencia es regularmente correr a levantarlos cuando se han caído en lugar de esperar a que ellos solos se den cuenta de que se tropezaron, que les dolió; pero que todo está bien y se levanten a seguir jugando.

La verdad es que en la realidad, las cosas no se nos dan en bandeja de plata, y que aquello que se nos dificulta es lo que mejor aprendemos.

La adversidad es parte de la vida, y entre más pronto aprendamos esto, mejor preparados estaremos para afrontar lo que el sendero de la vida nos prepara a cada uno, sobre todo a aquellos que apenas empiezan a andarlo.

Aunque no nos guste, nosotros somos los padres y ese es nuestro trabajo principal. No estamos destinados a ser los mejores amigos de nuestros propios hijos. De vez en cuando tienen que enojarse con nosotros cuando los disciplinamos. Porque aquellos obstáculos que se les evita a los hijos cuando pequeños, les seguirán apareciendo en su edad adulta. La única diferencia es que gracias a nuestra prudencia, aprenderán a librarlos, o gracias a nuestra sobre-protección, esos futuros inconvenientes a lo largo de su camino, lucirán para ellos más grandes de lo que son; ya que cuando niños, vivieron en la burbuja de “felicidad” que sus padres les crearon, y no en el mundo, tal como este es.

Mándenos sus comentarios a rmsandoval@live.com

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