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23 Jun.- Una sucesión interminable de noticias sobre la insurrección en Irak sirve como triste recordatorio de una victoria armada que condujo a un fracaso en política internacional. Una portada de la revista TIME lo explica con estas palabras: “El fin de Irak”, un titular que hace resaltar de nuevo que, dadas ciertas condiciones, hasta una victoria armada o el derrocamiento de un tirano puede conducir a un desastre.

Vivimos en una era portentosa de la información que hace más evidente, entre muchas otras cosas, las contradicciones de los sistemas políticos y sobre todo de los gobernantes. Hace unas pocas décadas se mencionaban sobre todo las innegables contradicciones del sistema comunista. Eran los días de la disolución de la U.R.S.S., y la caída del Muro de Berlín y del llamado socialismo real.

Después vino la guerra contra el terrorismo, la cual no era sino la continuación de una serie de situaciones anteriores al comunismo, el islamismo y la democracia representativa o “burguesa”, como se solía decir en algunos círculos.

Las contradicciones de la política de Estados Unidos y sus aliados en la lucha contra el terrorismo son bastante conocidas. Se escogió como mayor enemigo a un gobierno que no estaba aliado a Al Qaeda, culpable de los hechos de Septiembre 11 del 2000. En una guerra asimétrica contra el islamismo radical se decidió destruir rápidamente al dictador Saddam Hussein y su gobierno de carácter secular, que no perseguía a la minoría cristiana y contaba con un cristiano de rito caldeo (bajo la jurisdicción de Roma) en la Vicepresidencia y en el ministerio de Exteriores (Tarik Aziz).

Una gran paradoja, sobre la cual hemos insistido en algunos artículos, puede notarse fácilmente en el caso de Irak. La salida del tirano parecía un triunfo de Occidente y de la lucha contra el terrorismo. Como compensación por los miles de muertos de Estados Unidos y sus aliados, y el pago de contratos millonarios bastante polémicos se mencionaba el asegurar el flujo de petróleo y hacer prevalecer los derechos humanos en una sociedad no acostumbrada a ese tipo de situación.

Se llevó a cabo un proyecto gigantesco de reconstrucción de un histórico territorio devastado por los bombardeos. Se celebraron elecciones bajo la mirada tutelar de las fuerzas extranjeras de ocupación y se instaló un gobierno considerado democrático, pero que no enfrentó adecuadamente la delicada cuestión de las minorías religiosas.

Pasados unos años, esas contradicciones se hicieron más evidentes. El país que constituía un muro protector contra el régimen chiita de Irán, pasó a convertirse en un potencial aliado de la antigua Persia en su vieja lucha contra los sunitas. La guerra entre el régimen de Saddam y el de los ayatolas ya era cosa del pasado. El gobierno de Teherán ha ofrecido ahora ayuda al de Bagdad y a sus aliados norteamericanos para enfrentar una importante sublevación de iraquíes sunitas.

No debe olvidarse, sin embargo, que los sunitas constituyen mayoría en el mundo islámico y sobre todo en países amigos de Estados Unidos como Arabia Saudita.

Estos acontecimientos ocurren en una época en la cual se habla de globalización, de Unión Europea, de tratados y alianzas económicas en Iberoamérica y otras regiones, mientras que al mismo tiempo surgen nuevas naciones. Provincias o regiones piden constituirse en países independientes utilizando aquellas viejas palabras: soberanía, autodeterminación, nacionalismo, etc.

La existencia nacional de Irak es el resultado, como otras naciones, de la distribución del poder regional y de los recursos petrolíferos llevada a cabo sobre todo por los británicos en el siglo XX. Pero el Irak posterior a Saddam Hussein pudiera estar destinado a convertirse en un territorio permanentemente dividido entre chiitas, sunitas y kurdos, o en una nación devastada por violentas luchas sectarias.

Los acontecimientos de las últimas semanas complican además la guerra civil en Siria, país en el cual es difícil distinguir cuál es el mayor peligro para la estabilidad regional, el actual régimen dictatorial o algunos de sus oponentes, radicales por definición.

En ese entorno regional surge el movimiento identificado como ISIS (Islamic State of Irak and Siria), el Estado Islámico de Irak y Siria, que amenaza complicar la guerra civil en Siria y dividir definitivamente a Irak. De no conseguirlo, pudiera eternizar la guerra civil y el ambiente de terrorismo en esos dos países, como ha sucedido con el conflicto entre israelíes y palestinos.

Independientemente de inciertas y dudosas alianzas, y de si se logra detener el avance de la insurrección, el futuro de Irak parece ahora tan oscuro como aquellas “cumbres borrascosas” de la novela de Emily Bronte. Y la victoria sobre Saddam pasaría a ser considerada el anticipo de una gigantesca derrota, la de la nación y el pueblo de Irak, y la de los intereses de muchos países en una región en la cual casi cualquier acontecimiento conduce a un callejón sin salida.

Marcos Antonio Ramos es miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

(Las tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)