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    Ana Ruvalcaba asiste a la Escuela para Adultos Evans de Los Angeles con su sobrina Xiomara.

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    El profesor Juan Noguera habla con el director de la Escuela para Adultos Evans de Los Angeles.

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    El profesor Juan Noguera trata de ayudar a un estudiante adulto en la Escuela Evans del LAUSD.

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Vienen de varias partes del mundo: de Centro y Sudamérica, de México, Corea y Armenia. Y en cuanto tienen oportunidad buscan ponerse de acuerdo en una cosa: el idioma común, el aprendizaje del Inglés como Segundo Idioma (ESL).

Por eso, el regreso a clases hace unos días se convirtió en un asunto familiar para muchos residentes del Sur de California.

“Nosotros de lo que hablamos es de un regreso a clases de la familia entera”, dice Clif De Córdoba, el director de la Escuela Evans para Adultos, “aquí, si no es que tienen dos o tres trabajos, los padres de familia llegan a inscribirse, y se convierten en un ejemplo para sus propios hijos”.

Eso lo sabe bien Ana Ruvalcaba, de 29 años, quien tiene tres hijos: Fátima (9), Sahid (6) y Germán (4).

“Tener hijos que van a la escuela ayuda mucho”, dice, “yo entiendo más de sus pláticas y tengo más comunicación con ellos”.

En una de las aulas de la Escuela Evans, durante la mañana, Ana había tenido que llevarse a su sobrina Xiomara a fin de inscribirse en el siguiente ciclo escolar.

Ella acepta que se tienen que hacer pequeños sacrificios, pero se puede estudiar.

“Yo busco la forma de hacer parte del quehacer temprano, y la otra parte más tarde”, explica. Todo esto sin dejar de hacer su trabajo en una bodega del centro de Los Angeles.

Con alrededor de 9,000 estudiantes al año la escuela Evans, con sus dos campus (en el centro de Los Angeles y en Hollywood) es un sitio de encuentro para muchos inmigrantes que vienen de tradiciones culturales muy distintas.

Aprender un Segundo Idioma, es una forma de estimular el cerebro, recuerda Córdova, pero en el caso de muchos inmigrantes, es un asunto de sobrevivencia.

“Muchos padres de familia no pueden quedarse a todas las clases los primeros días porque tienen que ajustar los horarios de escuela de sus hijos, pero poco a poco lo van logrando”.

El aprendizaje del idioma también tiene sus momentos amigables. Ana se pone a ver las caricaturas de la televisión con sus hijos y a veces les pregunta les hacer preguntas sobre el significado de algunas palabras.

El perfil de los estudiantes es muy variado.

“Algunos ya han estudiado en sus países de origen, e incluso muchos han terminado la Preparatoria y hasta han hecho una carrera, otros, quizá la mayoría han cursado unos cuantos grados, pero llegan aquí con grandes ganas de superarse”.

Un caso es el de Juan Noguera, de 48 años, quien llegó a la escuela Evans a aprender inglés y ahora es uno de los maestros.

“Yo aquí llegué a los 19 años, de Nicaragua. Aquí estudié el Inglés y luego la High School. Posteriormente me fui al Colegio de Glendale y a la universidad”, dice mientras ayuda a una persona mayor a inscribirse.

Proveniente de la comunidad de La Aduana, Noguera es el primero en obtener un título.

“Mi padre era una persona autodidacta que hacía las veces de médico en mi comunidad. Leía muchos libros de medicina y herbolaria, y así curaba, inyectaba y hasta daba recetas. Mi madre nunca estudió”, explica.

Con todo esto, Noguera es un ejemplo del perfil del maestro de las escuelas para adultos, alguien que además de enseñar, escucha y aconseja.

“Nosotros jugamos el papel de consejero en aspectos familiares, de inmigración y de otros asuntos. La gente siempre nos pregunta sobre sus problemas”.

Con horarios que van desde las 8 de la mañana, hasta las 8 y media de la noche, las clases se adaptan a las diferentes necesidades.

“Los estudiantes de la mañana son mayormente mujeres”, dice De Córdoba, “pero las clases más tardías son quizá las más ocupadas”

De una u otra forma, la asistencia de los adultos siempre significa sacrificios familiares, pero si una cosa saben los maestros es que se trata de estudiantes altamente motivados.

Aquí no se tienen los problemas de disciplina que se suelen presentar en las clases de adolescentes.

“Aquí los maestros saben que no se trata solamente de la enseñanza del idioma. Con frecuencia escuchan los problemas que traen y hasta se convierten en una especie de consejero, porque solo tenemos uno para toda la escuela (consejero). Yo les digo que una gran parte de nuestro trabajo es ayudar a la gente”.

Los maestros de ESL utilizan toda clase de recursos para hacer avanzar a los alumnos, les tiran una pelotita para que respondan a preguntas y “suelten la lengua”, conversan sobre los fines de semana, traducen canciones y se conectan a la Internet.

“Hay mucha risa en las clases, hay muchas experiencias muy variadas porque aquí es como un laboratorio en el que buscamos que se sientan tranquilos y apoyados”.

El aprendizaje de un Segundo Idioma es una necesidad tal que en el pasado hacía que compañías ofrecieran cursos con promesas algunas veces exageradas, utilizando grabaciones.

No obstante, en la Escuela Evans, lamenta De Córdoba, se han recortado clases y recursos.

Por ejemplo, para el ciclo escolar del 2010-11, se tenía 15,724 estudiantes, mientras que para el 2012-13, la cifra había llegado a 8,970; y de los 139 maestros que se tenían, pasaron a 37.

“El gobernador Brown dijo que iba a proporcionar fondos a la educación para adultos. Ojalá que eso ocurra”, dijo.

La educación para adultos, a diferencia de hace unas décadas, ahora, con computadoras, Internet y teléfonos inteligentes, los recursos tecnológicos se han multiplicado.

“En las clases de ahora fácilmente se conectan con la Internet”, dice De Córdoba. “Tenemos también laboratorios con computadoras que enriquecen la experiencia de aprendizaje”.

Pero si los obstáculos tecnológicos son fácilmente discernibles, las barreras sociales no siempre lo son. Con frecuencia, quienes están aprendiendo el inglés se enfrentan a la incomprensión o al aislamiento para practicarlo.

Ana Ruvalcaba reconoce que “hay gente que no tiene educación”, pero en el sentido de los modales de cortesía, y a veces se ríen de una mala pronunciación en la calle.

“A veces nos da vergüenza hablar, pero debemos salir del conformismo”, dice, “el aprendizaje nos abre puertas y oportunidades”.

Otras veces, la segregación sociodemográfica limita las oportunidades de practicar el nuevo idioma.

“Lo bueno es que tenemos mucha gente de diferentes países que tienen a fuerza que aprender inglés para poder comunicarse”, destaca De Córdoba. “Muchos, aunque no salgan de sus barrios, tienen la ventaja de acceso a la tecnología”.

“Y si es cierto que en la calle hay prejuicios y a veces se ríen- Pero eso habla mal de la otra persona, de la falta de paciencia, no de ellos. Hay gente así”.

El mismo Córdoba, quien habla muy buen español “como Segundo Idioma”, recuerda que aunque de niño hablaba español en su natal Florida, cuando se mudaron a Oklahoma con su familia “tuvo que cerrar el pico”.

Fue hasta que lo enviaron por cinco años a España que recuperó las habilidades que casi había perdido.

Para él, es un mito pensar que aprender un nuevo idioma signifique olvidarse del otro.

“No, no, no- No es dejara nada. No se trata de despreciar un idioma y cambiarlo por otro. De lo que se trata es de añadir”.

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Jose.fuentes@impactousa.com