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Nestor Enrique Valencia, alcalde de la Ciudad de Bell.
Nestor Enrique Valencia, alcalde de la Ciudad de Bell.
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Cuando era un niño, Enrique era un indocumentado, a quien su padre le recomendaba: “pórtate bien, haz tus tareas, mantente calladito”. Cuando se hizo adulto, Henry se seguía portando bien, y luego de haber hecho todas sus tareas se graduó en la Universidad de San José abriéndose paso como un profesional en industria médica.

A lo que no le hizo caso a su padre fue a “mantenerse calladito”.

El junto con el Club Amigos de Bell, fueron los responsables de dar información sobre la corrupción en la Ciudad de Bell que concluyó en el pasado mes de Mayo, cuando la juez del tribunal de Los Angeles, Kathleen Kennedy envió a la cárcel a siete funcionarios.

Todo esto ya es historia. Pero ese fue el preámbulo para que Néstor Enrique Valencia se convirtiera este año en alcalde de la Ciudad de Bell-

La noción de que algo andaba mal en una de las ciudades más pobres del Condado de Los Angeles, donde el administrador y los funcionarios podrían estar ganando sueldos excesivos, hizo que el ahora alcalde se involucrara en el civismo de la ciudad donde creció, aunque fuera indocumentado.

“Yo iba a las reuniones del cabildo, platicaba con la gente, con el mismo Rizzo, con los funcionarios- incluso solicitaba información por escrito”.

Con el bochornoso evento que se destapó en Julio del 2010, Valencia saltó a la escena política local.

El problema es que luego de haberle puesto “el cascabel al gato”, “se sacó la rifa del tigre”: recuperar el prestigio de una ciudad que se convirtió a nivel nacional en símbolo de la corrupción.

Con un hermano sacerdote y un tío obispo, el que alguna vez fuera niño indocumentado, entiende bien la diferencia entre las leyes migratorias y las leyes religiosas que hablan de ayudar a los más necesitados, proteger a la familia (aún a costa de ser deportado).

Fue así como el ex indocumentado ayudó a documentar el fraude de alrededor de 10 millones de dólares a costa de una población que gana un promedio de 24,800 dólares al año, y que en su mayoría son hispanos (90%)

En su modesta oficina de Health Care IPA, donde ayuda a coordinar la atención de más de 200,000 pacientes, con alrededor de 500 doctores, explica que en su niñez él no tenía bien claro lo que era el concepto de “indocumentado”, o “ilegal”, como muchos nombran a los trabajadores inmigrantes.

El simplemente veía que su padre trabajaba duro en una fábrica de Compton, y que alguna vez tuvo que esconderse debajo de una alfombra para evitar ser deportado.

“Yo no tenía ese concepto, yo simplemente veía cómo mi mamá me enviaba a otro cuarto para que no escuchara lo que había pasado cuando mi padre no regresaba del trabajo- ¿Qué le pasó- ‘La migra vino’- Y ¿quién va a pagar por la comida?…”

Oriundo de Cihuatlán, Jalisco, Nestor Enrique inició su educación infantil en El Chante, a donde suele regresar de vacaciones. Cuando tenía cuatro años, súbitamente se convirtió en indocumentado, cuando su padre trajo a su familia a Compton.

25 años después se convirtió en un graduado en ciencias por parte de la Universidad Estatal de San José.

En la narrativa inmigrante se suele pensar que el estar siempre “bajo la lupa” hace que las familias indocumentadas se hagan especialmente cautelosas y disciplinadas, algo que a la larga convierte a los estudiantes “overachievers”.

“Mi padre solamente decía: no se metan en problemas- calladitos- hagan sus tareas”.

Sin embargo, cuando se le pregunta sobre la influencia que tuvo al estar en una ambiente de altas expectativas morales, con un padre contador y un tío obispo, Valencia explica de otra manera las cosas.

“Mira, yo estudié biología- Yo creo que los valores son una parte, pero otra es el DNA- En mi casa todos salimos ‘pesados’ (todos son profesionistas)- Es difícil quedarnos quietos”.

Valencia ha coleccionado diplomas y reconocimientos, incluyendo cursos en la Universidad de Harvard. De 1983 a 1993 estuvo fuera de Bell, por cuestiones de estudios realizados en el área de la Bahía de San Francisco.

Mencionando el caso del senador Richard Alarcón, quien fuera juzgado por haber mentido sobre su domicilio, se le pregunta a Valencia ¿qué tan importante es vivir en la ciudad donde se sirve?

“Es imperativo. Si no vives ahí, ¿cómo vas a saber de sus problemas si no estás ahí?… Yo me iba a quedar a vivir en San José, cuando me gradué”, reconoce, “había un amigo que insistía en que tenía que salir de aquí. ¿Qué me hizo regresar?… Mi corazón. Mi gente. Mis padres ya se estaban poniendo viejos, mi hermana se estaba graduando-“.

Valencia fue electo como concejal de Bell en el 2011, después del escándalo de corrupción generado por los salarios exorbitantes del administrador Robert Rizzo y de los concejales.

Considera que ya conoce “lo bueno, lo malo y lo feo” de la ciudad, por lo cual tiene claro lo que se tendría qué hacer.

Al referirse a las condiciones en que surge la corrupción, cree que la ausencia de profesiones y de dinero, la falta de humildad y vocación de servicio es el caldo de cultivo de los corruptos.

“Son ‘starving dogs’, personas que no se ponen en los zapatos de los demás y que se guían por su ambición”.

¿Cuál sería la ‘vacuna’ contra la corrupción?

“Mis amigos, mis padres, mis hijos- Yo tengo que darles la cara”.

Como alcalde honorario, y con un presupuesto general de 12 millones de dólares, cree que el futuro de la ciudad de Bell está basado en la cooperación de la gente, de “su cultura, sus negocios pequeños, sus artistas”.

Bell es una pequeña ciudad de 2.5 millas cuadradas, habitada por alrededor de 38,000 personas, donde el ingreso per cápita en el 2009 era de $24,800 dólares anuales.

El cree que una vez que una ciudad se establece como un lugar atractivo para estar, para consumir, viene luego el crecimiento económico.

“Ahorita, nuestras tareas son estabilizar la economía. Tenemos dinero en el banco. Tenemos que buscar más negocios”

Teniendo como ejemplo el Promenade de Santa Mónica, dice tener en mente una plaza a donde la gente le guste caminar y descansar.

¿Temores?

“A mí me gustan los riesgos. Por eso me gusta surfear y andar en motocicletas”, dice, aunque reconoce que ha sido un tipo introvertido.

¿Compromisos a largo plazo en la política?

Recordando una anécdota de campaña, en que una amiga lo cuestionó sobre la utilidad de una donación, responde con otra pregunta: “Si no aspiras a más para qué entras- Yo cuando trabajé de lavador de trastos, aspiraba a ser dueño del restaurante”.

Por lo pronto, tiene claro que la misma eficiencia administrativa que lo ha llevado a varias posiciones administrativas en las instituciones privadas, lo tendrá que hacer con el dinero de la ciudad.

Jose.fuentes@impactousa.com

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