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Marcos Efrén Zariñana "La Pulga" (d) y Abel Torres Chávez (i) lloran durante su reencuentro en casa del rescatista (Zariñana) de la ciudad de Cuautla (México). Cuando Abel Torres Chávez y Marcos Efrén Zariñana "La Pulga" se conocieron en un agujero de una escuela derrumbada por el terremoto de 1985 en Ciudad de México, ambos se pusieron a llorar. Treinta años después, el superviviente y su salvador volvieron a hacerlo al recordar juntos aquel episodio.
Marcos Efrén Zariñana “La Pulga” (d) y Abel Torres Chávez (i) lloran durante su reencuentro en casa del rescatista (Zariñana) de la ciudad de Cuautla (México). Cuando Abel Torres Chávez y Marcos Efrén Zariñana “La Pulga” se conocieron en un agujero de una escuela derrumbada por el terremoto de 1985 en Ciudad de México, ambos se pusieron a llorar. Treinta años después, el superviviente y su salvador volvieron a hacerlo al recordar juntos aquel episodio.
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Cuautla (México), 16 sep (EFEUSA).- Cuando Abel Torres Chávez y Marcos Efrén Zariñana “La Pulga” se conocieron en un agujero de una escuela derrumbada por el terremoto de 1985 en Ciudad de México, ambos se pusieron a llorar. Treinta años después, el superviviente y su salvador volvieron a hacerlo al recordar juntos aquel episodio.

El 22 de septiembre, Torres, entonces estudiante, llevaba más de 72 horas bajo los escombros, pidiendo que por el agujero que comunicaba el exterior con lo poco que había quedado de la escuela Conalep de la calle Humbolt le introdujeran un refresco y una torta (bocadillo).

“Yo les decía: ‘Saliendo de la escuela, en frente, hay un lugar una lonchería (fonda), ahí venden tortas y ya me conocen. Que me manden una torta y cuando yo salga se la pago'”, cuenta este hombre de 50 años.

Por el agujero, solo le llegó un aparato de radio, una manguera de oxígeno, naranjas y suero para no deshidratarse, relataba Torres a Efe en una reciente entrevista, minutos antes de reencontrarse con Zariñana, uno de los rescatadores que con más ahínco intervino en la tragedia de 1985.

La noche del sábado 22, y tras muchas horas escarbando entre los escombros de aquella escuela, que no soportó el ímpetu de los 8,1 grados en la escala de Richter, Zariñana llegó hasta Torres.

“Entró él y empecé a oír su voz. ‘Abelito, ya estoy aquí’, me decía, ‘Ya estamos juntos y ya te voy a sacar’. Y lloramos juntos”, rememora Torres frente a su salvador durante el reencuentro, que fue propiciado por Efe.

“La Pulga”, exhausto, tuvo que ser relevado tras hacer ese túnel y finalmente otro equipo de rescate fue quien tiró de los pies de Abel para sacarlo. En total, estuvo sepultado 3 días y 5 horas. Fue el último rescatado con vida de esa escuela ubicada en el centro de la capital mexicana en la que murieron centenares de alumnos.

Durante todas esas horas Abel no fue consciente de lo que había pasado, pese a que el derrumbe lo dejó en el sótano, cuando su aula estaba en el tercer piso. “Pensábamos que solo se había caído el plafón”.

Escuchó cómo murieron algunos de sus compañeros, cómo fueron rescatados otros y cómo él se quedó solo, con el cuerpo encajado y un brazo atrapado sobre el cadáver de un fallecido.

“Cuando todo cayó por el temblor, esa persona agarró mi mano, la apretó, la soltó e imagino que en aquel momento dejó de vivir”, explica.

Torres fue el rescatado 27 de “La Pulga”, que no lo había vuelto a ver desde que le salvó la vida.

Su casa del municipio de Cuautla, en el central estado de Morelos, (que le regaló el expresidente Miguel de la Madrid por sus servicios al país) es el lugar del reencuentro, un salón con las paredes llenas de diplomas y reconocimientos por haber participado como rescatista en decenas de sucesos trágicos.

Cuando Zariñana se enteraba de que algo había sucedido, aparcaba su oficio de comerciante, agarraba sus herramientas de rescate y salía al aeropuerto, sin billete ni billetes (dinero), pese a lo cual le hacían un hueco en algún avión, narra.

En sus casi cuatro décadas de rescatista, asegura, salvó a centenares de personas y vio los más horripilantes sucesos. Preguntado por cuál ha sido el lugar más duro, sin titubear lo confirma: México.

“La ciudad más poblada del mundo. Eran quince días y ya casi un mes y no paraban de sacar escombros de los edificios”, recuerda.

Aquella mañana del terremoto, el jueves del 19 de septiembre, Zariñana estaba llegando en autobús a la capital, venía a recoger su número y su camiseta para el maratón que iba a celebrarse una semana después.

Sus escasos cincuenta kilos y su poco más de metro y medio de estatura le daban el tipo perfecto para correr y resistir, pero también para meterse en cualquier agujero.

“Al llegar yo sabía lo que tenía que hacer y no esperé dos veces, pero nunca imaginé hasta dónde iba a llegar”, cuenta “La Pulga”, que había estudiado Teología y, como parte de la carrera, había tomado cursos de rescate, salvamento y primeros auxilios.

En opinión del experimentado rescatista, México sigue sin estar preparado “realmente” para otro siniestro así. Falta concienciación, protocolos y herramientas básicas, denuncia.

A sus 73 años tiene planeado colgar pronto sus herramientas en la pared, como otro más de sus recuerdos, pero asegura tener la misma fuerza de siempre gracias a “un versículo de la Santa Biblia” que reza “todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”.

“Si pasa algo más no dudo que sacaré fuerzas para volver a ayudar a quien me necesite”, dice este hombre fuerte, dejando su bastón de lado y olvidando que sus rodillas ya no son las de antaño.

Lo hace poco después de haber llorado nuevamente con Torres, treinta años después de la primera vez. EFEUSA