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Abelardo de la Peña González abona la historia local del Sur de California con su libro “Mi Barco”

  • Abelardo De la Peña González en su estudio.

    Abelardo De la Peña González en su estudio.

  • Libro "Mi Barco"

    Libro "Mi Barco"

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Lo recuerda como si fuera ayer. En la fábrica de cartón en Vernon “las láminas salían tan rápido que no tenía tiempo para colocarlas bien y caían sobre el piso. Mis manos empezaron a sangrar cortadas por el filo del cartón caliente”.

Esta fue la primera impresión que tuvo Abelardo de la Peña González de lo que era el “Norte”, luego de estar trabajando en una oficina de ingenieros en Chapala, donde hacía los trazos topográficos para la carretera a Barra de Navidad.

“Mi madre me había dicho: vente hijo para que conozcas lo bonito que es California”, recuerda.

Habiendo sobrevivido a dos cánceres y palpitando con un marcapasos, a sus 88 años, Abelardo no se arrepiente de haber hecho su vida en el Sur de California, donde ha trabajado de conserje, vendedor de muebles, empacador de harina de pescado, activista, promotor del voto y presidente de organizaciones no lucrativas.

“Creo que ha valido la pena”, dice mientras bebe un vaso de agua de sandía debajo de un enorme árbol de sapote en el patio de su casa.

El también autor del libro “Mi barco” cree que es momento de compartir con la comunidad y los académicos un gajo de la historia de los inmigrantes.

Para él, haber escrito el libro es un poco como el trabajo que tenía de topógrafo en Chapala, Jalisco: levantar planos y abrir caminos para que quienes vienen detrás puedan salvar los obstáculos con menos problemas.

“Mi libro habla de la familia, de cómo uno crece aquí, de cómo se relaciona con la comunidad, aquí en lo que antes le llamaban ‘la colonia mexicana'”.

En el estudio de Abelardo, que está separado por un gran patio que da a la casa, tiene las paredes repletas de reconocimientos de la ciudad de Los Angeles para él, para su esposa, y para su hijo que lleva su mismo nombre. También aparecen fotos de sus nietos, algunos de los cuales lucen uniformes del ejército de los Estados Unidos.

Tiene cuatro hijos naturales, una hija y un hijo adoptado, veinte nietos y 13 bisnietos.

“Aquí nos seguimos reuniendo”, dice, “pero lo que hacemos es que juntamos todos los cumpleaños de un mes y los celebramos en un solo día. Por ejemplo, ahora en Octubre hay cinco cumpleaños, jaaa jaa”.

Con esto, su libro, además de ser una obra testimonial para los académicos, es un recuento personal para su propia familia.

Ahí se aborda la forma en que funcionaba la Sociedad Cívica Mexicana, la Unión Mutualista, la Mahar House, su involucramiento con la Mexican American Opportunity Foundation (MAOF) y en la American Cancer Society, entre otras.

Viendo de lejos su trayectoria, De la Peña considera que se ha avanzado mucho, pero aún considera que hay resquicios de intolerancia hacia los inmigrantes.

“Cuando llegué había mucha discriminación con los mexicanos. Uno llenaba las aplicaciones y nunca le llamaban”, dice.

Aun así, trabajó descargando barcos de bananas que llegaban de Guatemala -“algunas veces brincaban tarántulas que venían escondidas”-, limpiando tanques de petróleo, limpiando pescado y encostalando fertilizante en Terminal Island-

Es improbable que esas historias de quienes fundaron la economía del Golden State se puedan encontrar escritas.

“El periódico News Pilot de San Pedro nunca nos sacaba, hasta que ocurría una tragedia”, lamenta. “Por eso llegó el momento en que junto con mis hijos hicimos un periódico que se llamó el Wilmington Reader. Para hacerlo, yo saqué un préstamo de mi seguro de vida”.

Aunque el periódico no fue muy exitoso, a sus hijos les quedó una experiencia pedagógica que luego influyó en sus conductas cívicas en aquellos tiempos en que en Wilmington solo había un médico mexicoamericano y dos abogados.

“Los padres mexicanos no creían en la educación”, recuerda, “además de que necesitaban que sus hijos contribuyeran a la economía familiar”.

Religión y activismo

Abelardo es una persona de profundas convicciones religiosas. Pero estas no lo han convertido en un católico “de vara y cuete”, como se dice en México.

Con este paraguas moral, se ha involucrado para trabajar con las pandillas desde la Juventud Católica, ha promovido las uniones de crédito con el padre Luis Valbuena de la Iglesia La Sagrada Familia y a través de la Mahar House ha impulsado programas de verano para jóvenes y niños.

En el contexto de los recientes ataques del precandidato republicano Donald Trump y la llegada del papa, De la Peña insiste: “hace falta trabajar más en mejorar nuestra imagen en los medios. Nosotros venimos ante todo a trabajar. Incluso este señor Trump debe tener muchos de esos trabajadores. Por eso el papa paró esos ataques”.

Para él, su libro “Mi Barco” es una contribución para mostrar esas imágenes de lo que es el trabajo de los inmigrantes que en cuanto llegan se meten a las clases de inglés y “le entran” a cualquier trabajo que les ofrezcan con la esperanza de sacar adelante a sus familias, sin perder su fe.

“Este es un trazo de la vida. Para hacer esto se necesita mucha disciplina, pero ‘Mi Barco’ es mi familia”.

Cuando se le pregunta en qué momento sintió más deseos de reflexionar sobre su vida y ponerlos por escrito, asegura que desde que pasaba por las librerías en Guadalajara tenía el deseo de en algún momento escribir un libro. El primero que hizo se lo dedicó a “Chapala Olvidada”, donde conoció a su esposa, trabajando como topógrafo.

Lo hizo con el ánimo de contribuir a su mejoramiento, ya que considera que uno de los beneficios que pueden aportar los inmigrantes a sus lugares de origen es el de aportar las ideas que han aprendido en el exterior.

“En Chapala, me molestaba ver cómo había problemas que no se resolvían simplemente por inercia. Yo regresaba cada tres años y conversaba con el presidente municipal y era lo mismo”.

Entre ellos destaca las inadecuadas señalizaciones de rutas y problemas ecológicos del lago.

“Después de cinco presidentes y 15 años, salió el libro”, dice.

Luego de organizar brigadas de voluntarios para limpiar las playas, en las que incluso participaron doctores y profesionales, recuerda que no faltó quién criticara el trabajo altruista del inmigrante de California.

“Hubo una señora que dijo: ‘cómo es posible que alguien venga de afuera a decirnos lo que tenemos que hacer'”.

Inestabilidad de las comunidades

En su libro, De la Peña hace un recuento de las actividades cívicas que se han realizado en las últimas décadas. Quisiera pensar que con las nuevas tecnologías cibernéticas esto se facilitaría más, pero advierte que la movilidad social y económica crea nuevos problemas.

“Ahora no hay tanta participación comunitaria como había antes, aunque hay más educación en los jóvenes. Creo que eso se debe a que se van a otras comunidades”, dice quien por 25 años coordinaba clases de ciudadanía en la Mahar House.

Para él, tener una imagen de lo que ha sido y es una comunidad es importante en tanto que sin imágenes no se puede avanzar en la reflexión de las tareas pendientes.

En eso, su libro es un apunte.