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Mucha gente fue criada en un cuarto, en un mundo irreal.

Nunca supieron quién cosechaba sus verduras, ni quién ordeñaba las vacas.

Y quien no conoce de dónde vienen sus alimentos, ni quiénes generan las cosas que necesita, no aprecia a quienes las producen. Se vuelven esquizoides o catatónicos.

Emma Donaghue nos pone un ejemplo similar en su novela “The Room”.

Una madre y su hijo son encerrados en un cuarto, donde el único contacto con el mundo exterior es a través de la televisión y el tragaluz.

El niño a los cinco años termina dándole los buenos dias a los muebles y creyendo que los juegos electrónicos y la televisión son “La Realidad”.

Pero un día se escapa el niño y se da cuenta que en el mundo real hay conflictos, divorcios, discusiones… y amigos para jugar, pateando un balón.

La novela hecha película no lo muestra, pero ese niño pronto conocerá a un campesino y a una vaca.

Muchos políticos jamás lo harán.

La película que está nominada para un Oscar a la mejor película convalida eso que decía el director de cine japonés Akira Kurosawa: “Con una buena historia se puede hacer una película buena, o una película mala. Pero con una mala historia no se puede hacer una buena película”.

En este caso, se trata de una buena historia porque nos lleva a pensar sobre nuestros tiempos en que la tecnología es cada vez más un intermediario entre las personas.

No importa qué tantos canales de televisión haya, ni qué tan buena sea la resolución de las cámaras de fotografía y video, la “vida real” es insustituíble.

Mire usted, si yo le comparto un paisaje en mi cuenta de Instagram (taller_jfs) no es para convertirme o convertirlo en un colecionista de paisajes, para provocarla visita a esos lugares.

De hecho, el arte, en general, el que se ve en los museos o el que coleccionan algunas personas, tiene el propósito de hacernos ver la realidad de una manera más interesante.

El fin último de la tecnología y el arte es, o debería ser, crear una mejor manera hacernos conscientes de lo que nos rodea.

La misma película “The Room”, me parece que ha logrado que nos demos cuenta de la maravilla cotidiana de poder hablar con las personas e interactuar en el mundo, independientemente de los problemas y desafíos que haya.

Aún con todos los riesgos que conlleva conversar cara-a-cara con las personas (que nos hagan cara de aburrimiento, que nos vean “mal”…) es mil veces mejor que conversar a través de intermediarios tecnológicos por muy buenos que sean.

José Fuentes-Salinas

Editor de Impacto USA

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21250 Hawthorne Blvd., Suite 170, Torrance, CA 90503, USA, jose.fuentes@impactousa.com