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Nuevo libro de Sandra Cisneros retrata en sus memorias los paisajes que inspiraron sus obras

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Denver (CO), 14 sep (EFEUSA).- En sus memorias literarias, “Una casa propia”, la escritora de origen mexicano Sandra Cisneros recuerda los lugares donde ha residido y describe con franqueza y lirismo cómo estos paisajes y experiencias han inspirado su escritura

Recién publicado en español, “Una casa propia: historias de mi vida” recoge relatos autobiográficos, ensayos personales, presentaciones y recuerdos que en su conjunto forman un complejo retrato collage de la escritora.

Cisneros se remonta a la era “A.C.” -antes de las computadoras- descrita como una época de deambular, de escribir a retazos en máquinas prestadas.

En aquel entonces, después de un posgrado en creación literaria y varios empleos como maestra de preparatoria, consejera y reclutadora para una universidad, Cisneros solicitó una beca nacional de escritura que le brindaría la oportunidad de viajar a Grecia y alquilar una casa en la isla de Hidra.

Cuenta que fue allí, entre el azul intenso del cielo y el mar y en una casa sencilla pero con un ventanal maravilloso, donde terminó de escribir “La casa en Mango Street”.

Cisneros recuerda haber sentido la extraña sensación de estar en casa en aquel lugar tan lejano y tan ajeno a su lengua y cultura.

Ese sentimiento de pertenecer parecía provenir de sentirse segura al caminar sola y a cualquier hora por las calles de Hidra.

Era una experiencia nueva para la escritora que había crecido en el entorno urbano y a menudo hostil de la ciudad de Chicago.

Cisneros describe con emoción el paisaje de Hidra empleando todos los sentidos, el azul interminable interrumpido por un lavanda desteñido de las montañas, el aroma dulce de las enredaderas de jazmín, la textura de las paredes blancas como un queso feta, el sonido de un gallo que canta y el sabor de los calamares con aceite de oliva y limón.

Aunque recuerda haberse sentido extasiada ante tanta belleza y derroche de sentidos, lo que más le maravillaba era que podía sentarse a escribir ininterrumpidamente.

“La maravilla más grande de todas: escribía todos los días o al menos así lo recuerdo”, escribe.

“Escribía en letra manuscrita y luego pasaba a máquina lo que había escrito, anotaba correcciones sobre mi texto mecanografiado hasta que no lograba entender ese hilo anudado llamado mi letra”.

Esa dicha la atribuye no solo al tiempo para crear que le había concedido la beca, sino también a su insistencia en conseguir una casa propia donde podría encontrar la libertad y soledad necesarias para crear.

“Traía el pelo largo y rizado como las sacerdotisas cretenses que saltaban sobre los lomos de los toros y agarraban serpientes con las manos”, escribe. “Yo estaba creando. Tenía mi propio dinero. Y, tenía una casa propia. Esto para mí representaba el poder”, agrega.

Estos son temas que se repiten a lo largo de los ensayos y viñetas que comprenden el libro.

En “Huipiles”, Cisneros recuerda un viaje que hizo a Chiapas (México) para terminar su primera colección de poesía.

Con una máquina alquilada de la escuela de mecanografía Cisneros dejaba constancia de sus versos, pero al terminar su estadía, encontró que cargaba con algo más que el manuscrito: una docena de huipiles usados que había hallado en las tiendas a lo largo de la calle donde estaba la escuela de mecanografía.

Cuenta Cisneros que, como buena hija de tapicero, sabía revisar las costuras y el revés de una pieza para evaluar su calidad.

En las puntadas de aquellos huipiles hechos para el uso propio y no para vender como artesanía, encontró bordados ajustados y perfectos y otros largos, hechos de prisa.

Cada pieza la invitaba a imaginar cuál habría sido el destino de quien los había hecho, por qué tuvo que deshacerse de aquella pieza y cuánto le habrían pagado por ella.

Si bien en aquel momento no pensó en más uso para los huipiles que colgarlos en su casa como decoración, con el tiempo comenzó a usarlos.

“Sé que mis parientes de la Ciudad de México se asombran de que me vista como sus sirvientas, indígenas provenientes de sus pueblos que al principio usan su ropa típica hasta que les entra la vergüenza y comienzan a vestirse como gente de ciudad”, escribe. “Pero del lado estadounidense de la frontera, nos adueñamos de estas prendas sin las restricciones culturales y de clase existentes en México”.

A Cisneros le gusta pensar que los huipiles que ha ido adquiriendo fueron para sus dueñas una suerte de biblioteca, textos bordados que cuentan historias.

Pero la escritora no valora ciegamente su herencia cultural sino que cuestiona y rechaza y como escribe en el relato “Puedo vivir sola y me encanta trabajar”.

Hay ciertos legados que no quiere heredar, escribe, como la abnegación de algunas madres latinas, o el miedo a estar solas, o los celos y la posesividad.

“Sí quiero heredar a la bruja dentro de mis antepasadas: la terquedad, la pasión, ¡ay la pasión de donde viene todo el buen arte!”.

(Una casa propia: Historias de mi vida. Sandra Cisneros. Trad. Liliana Valenzuela. Vintage Español 398 páginas). EFEUSA