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12 oct.- “Denial” es una película actual. Centrándose en el histórico juicio sobre el Holocausto en contra de la académica Deborah Lipstadt en un tribunal de Londres como resultado de cargos por difamación presentados en su contra por David Irving, apologista nazi y negacionista del Holocausto, “Denial” nos recuerda que las palabras importan.

Irving, al igual que todos los que niegan el Holocausto y otros genocidios, se presentó como David contra Goliat. Desde la esclavitud en Estados Unidos hasta el Holocausto, del genocidio armenio al genocidio en Guatemala, es una rareza de la historia revisionista que los autores de la violencia en masa reivindiquen ser víctimas de quienes ellos pretendían aniquilar, al mismo tiempo que niegan tal aniquilación.

Irving niega que Auschwitz fuera un centro de exterminio masivo. Afirmó que los supervivientes del Holocausto se beneficiaron de los tatuajes que les imprimieron en el campo, minimizando su sufrimiento y haciendo de su supervivencia algo sospechoso. Afirmó que los testigos y supervivientes eran mentirosos.

Al negar Auschwitz, rechaza la existencia del Holocausto. Trató de hacer de la negación del Holocausto una posición respetable, exculpando así a Hitler: si el Holocausto no ocurrió, entonces Hitler no lo ordenó o supo sobre su ejecución.

Irving argumentó que no hubo una intención sistemática para cometer el Holocausto; que el número de muertos fue muchos menor que el reivindicado; que no hubo cámaras de gas; que el Holocausto es un mito inventado por los judíos para reivindicar una compensación económica, y que la guerra es, después de todo, una negocio sangriento.

Tales “argumentos” lo llevaron a concluir que quienes se atrevieron a disentir de él eran culpables de difamación y violar su libertad de expresión.

Sus ideas no son nada originales. Las repiten los genocidas y sus defensores en todo el mundo y a lo largo de la historia.

En el genocidio en Guatemala, por ejemplo, la comisión de la verdad patrocinada por las Naciones Unidas encontró que el ejército masacró a más de 200.000 personas, en su mayoría mayas, arrasó 626 aldeas en una campaña de tierra arrasada, desaparecieron 50.000 civiles (entre ellos 5.000 niños) y desplazó a 1,5 millones de personas.

Durante 25 años que he investigado el genocidio en Guatemala he sido testigo del despliegue de propaganda para exculpar al ejército y a quienes se beneficiaron del genocidio, así como sofisticadas campañas de difamación dirigidas a aquellos que defienden los derechos de los sobrevivientes.

En la década de 1980 y principios de 1990, el ejército afirmó que los desaparecidos no existían y eran personas que se habían ido a Cuba y que las víctimas de la matanza eran el resultado del fuego cruzado de las batallas entre el ejército y la guerrilla.

El ejército lanzó panfletos desde helicópteros en los que tachaba de “mariguaneros” (adictos a la marihuana) y aprovechados a líderes de los derechos humanos

En una campaña de desinformación, equipararon la defensa de los derechos humanos con la insurgencia armada y la subversión. Cuando en los años 1990 y 2000, fueron exhumadas fosas comunes, evidenciando la responsabilidad del ejército en las masacres, ellos respondieron que “ambas partes (el ejército y la guerrilla) habían cometido errores”.

A pesar de los juicios por genocidio y condenas de varios oficiales del ejército, entre ellos el ex dictador Efraín Ríos Montt (en 2013 y cuya condena fue anulada bajo la presión de la oligarquía), los decrépitos genocidas siguen culpando a las víctimas y amenazan a sus abogados y defensores de los derechos humanos.

Yo misma me convertí en objetivo de los ataques de la extrema derecha en Guatemala después de publicar una columna de opinión en el New York Times poco después de la condena de Ríos Montt, ya que sugerí que el entonces presidente (y ex general) Otto Pérez Molina debía ser juzgado por genocidio, porque era comandante de la base militar de Nebaj a la altura del genocidio ixil, por el que fue juzgado y condenado Ríos Montt.

Durante el juicio por genocidio a Ríos Montt, el entonces presidente Otto Pérez Molina dijo a un grupo selecto de empresarios guatemaltecos: “pude observar lo que estaba sucediendo, y lo digo aquí, yo, Otto Pérez Molina: En Guatemala no hubo genocidio. Es importante destacar esto porque lo he vivido. Conozco el terreno y no hubo ningún documento; yo personalmente nunca recibí un documento para masacrar o matar a la población”.

En realidad, las pruebas forenses de cientos de exhumaciones indican que las masacres fueron llevadas a cabo por el ejército, y no son resultado de enfrentamientos entre dos ejércitos o grupos armados, como resultado de civiles atrapados en el fuego cruzado.

La evidencia forense muestra ejecuciones y matanzas extrajudiciales de civiles -indígenas, hombres, mujeres, jóvenes, niños, bebés y ancianos- que murieron por las balas del ejército.

Los pobres e indefensos, que a menudo eran enterrados con sus manos atadas a la espalda, las mujeres con sus bebés aún envueltos en chales sobre sus espaldas -bebés que probablemente fueron enterrados vivos, como lo muestran los análisis forenses.

Son las víctimas de un genocidio planificado, que fue ejecutado con precisión por un ejército altamente capacitado, que funcionaba bajo una estructura vertical de mando muy ajustada. El ex presidente Pérez Molina, hoy preso por corrupto, fue comandante sobre el terreno de ese genocidio.

Hay un vídeo de Pérez Molina de cuando era comandante en Nebaj en 1982. Se pone de pie frene a cuatro cadáveres cubiertos de moscas a sus pies y expresa: “el ejército no mata a la gente”.

Lo curioso de su declaración en el vídeo es que, mientras Pérez Molina niega que el ejército mata a las personas, sus soldados están pateando los cuerpos torturados y asesinados de civiles mayas.

El Genocidio en Guatemala es ahora parte del archivo de la Fundación Shoah junto con el Holocausto y el Genocidio Armenio. Los que niegan el Holocausto, el genocidio armenio o el genocidio en Guatemala no están expresando una opinión, están mintiendo para promover su propia agenda.

Mientras que “Denial” demuestra que las verdades históricas se pretenden determinar en un tribunal de justicia, la Fundación Shoah deja la última palabra a los miles de sobrevivientes en sus archivos.

Victoria Sanford es directora del Centro para los Derechos Humanos y Estudios sobre la Paz y profesora, presidenta del departamento de Antropología en Lehman College, City University de Nueva York y autora del libro “Secretos enterrados: La verdad y los derechos humanos en Guatemala”.