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Washington, 12 mar (EFEUSA).- EE.UU. debate desde hace más de medio siglo cómo casar la asistencia sanitaria universal con la ortodoxia capitalista, algo que ha llevado a que el país avanzado con peor acceso a la sanidad vaya a acabar, como ha prometido el presidente Donald Trump, con la ley que permitió la mayor cobertura de su historia.

Esta semana, el líder de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan, presentó su plan para poner fin a la ley de Cuidad de Salud Asequible (ACA), la reforma promovida por el expresidente Barack Obama en 2010 y que ha conseguido que por primera vez más del 90 % de estadounidenses tengan cobertura médica garantizada.

Desde que Harry Truman (1945-1953) propusiera por primera vez un sistema público de salud, pasaron 20 años hasta que Lyndon B. Johnson firmara en 1965 la ley que ponía en marcha los programas de Medicare y Medicaid, los grandes logros de sanidad pública estadounidense.

Del primero, pensado para cubrir a jubilados, se benefician hoy 55 millones de personas; por el Medicaid, diseñado para personas de bajos ingresos y discapacitados, se sostiene a 68 millones de estadounidense, entre ellos 32 millones de niños.

No obstante, en 2010, cuando comenzó a ponerse en marcha la ACA, conocida popularmente como Obamacare, Estados Unidos estaba a la cola de cobertura sanitaria en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), a pesar de tener el gasto más alto de ese grupo, equivalente a más del 17 % de su producto interior bruto.

Obama abogó por un plan con tintes republicanos, inspirado en el que había adoptado en Massachusetts el excandidato presidencial Mitt Romney, para asegurarse que su propuesta, la de más calado desde las reformas -paradójicamente más progresistas- de Richard Nixon, obtenía los apoyos necesarios.

Lejos de buscar un sistema público, como el de naciones como Canadá, Reino Unido, Francia o España, Obama propuso obligar a los estadounidenses que no obtenían ya cobertura por medio de su empleador a adquirir un seguro médico privado, controlar los precios mediante ayudas, y con la entrada de nueva demanda obligar a mejorar las coberturas.

Además, el plan del expresidente ofrecía dinero federal sin condiciones a todo estado que quisiera ampliar el programa Medicaid: 19 estados, todos ellos con gobernadores republicanos o cámaras de mayoría republicana, se negaron a aceptar esta ayuda, dejando sin cobertura a varios millones.

Antes del Obamacare, que ha permitido dar cobertura a 20 millones de personas, los pacientes con enfermedades previas podían ser rechazados por las aseguradoras para obtener cobertura o un gran número de jóvenes, ahora bajo las pólizas de sus padres, tenían que pagar miles de dólares por romperse una pierna.

Los republicanos argumentaban que el plan de Obama supone una extralimitación del poder federal, coartaba la libertad del consumidor y era un intento de socializar un servicio privado y llevaría a las arcas públicas, a las pymes y a muchas familias a la bancarrota.

Pese a los errores en la puesta en marcha del plan, de que a algunas aseguradores privadas no les salían las cuentas en algunos estados y de que un 3 % vio aumentado el precio de sus pólizas, por primera vez en la historia de EE.UU. 9 de cada 10 estadounidenses tenía cobertura sanitaria, frente a la práctica totalidad de los ciudadanos en los socios más ricos de la OCDE.

“2017 iba a ser un desastre para Obamacare, este es el año en el que iba a explotar (…) Iba a ser aún peor”, dijo este viernes Trump, inmerso en una ofensiva para forzar a los republicanos a apoyar el plan de Ryan que pretende sustituir la reforma sanitaria vigente.

El dominio republicano del Congreso ha permitido que los conservadores comiencen a hacer realidad su promesa de revocar la reforma de la anterior Administración, pero el consenso no es el mismo a la hora de proponer un reemplazo que se arriesgue en dejar a personas que por primera vez van al médico sin pagar una fortuna de nuevo en la incertidumbre económica.

El eterno rifirrafe sobre los seguros sanitarios, en los que por definición los sanos transfieren recursos para curar a los enfermos, choca con los preceptos de algunos conservadores que consideran que el mercado debe imponer su lógica con mínimos ajustes y que programas como el Medicaid deben lentamente desaparecer.

“La gente tiene que elegir. A lo mejor, en lugar de comprarse el nuevo iPhone que tanto les gusta deberían invertir en su propia salud”, dijo esta semana el congresista republicano Jason Chaffetz sobre la falta de cobertura de los estadounidenses más pobres.

Trump y sus aliados en el Congreso quieren conciliar algún tipo de transferencia de riqueza con la rigidez ideológica de algunos republicanos, que siguen pensando que un pobre es pobre por elección propia, y la ausencia de un espíritu americano. EFEUSA