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Nunca imaginaron, quienes contrataron a un sicario para acallar la voz de Manuel Buendía (Zitácuaro. 1926-1984), que su obra se engrandecería hasta ocupar el lugar de un testimonio histórico ya indeleble, así como un símbolo permanente de la libertad de expresión en un país en el que ahora brota con fuerza avasalladora el vigor de los jóvenes, que a través de las redes sociales reclaman un verdadero y auténtico cambio de país que seguramente habrá de configurarse en las elecciones del primero de julio próximo. Precisamente hoy (30 de mayo), cuando se cumplen 28 años del magnicidio de ese gran periodista michoacano, valga traer a tema la sentencia de lo expresado por él el 17 de julio de 1980 cuando a raíz de las amenazas de un gobernador de morralla, fue objeto de la solidaridad del gremio:

“-Nunca más un luchador social debe sentirse solo. Hoy estamos renovando aquí no una esperanza son una certidumbre: si persistimos en los esfuerzos; si no damos paso jamás al desánimo o al temor; y si la palabra “claudicación” no figura en nuestro código de conducta, los frutos de este cotidiano batallar han de ser buenos y, lo que más importa, servirán a nuestro pueblo. No es otro nuestro destino”.

Al atardecer del miércoles (al igual que hoy) 30 de mayo de 1984, Manuel Buendía Tellezgirón fue asesinado a mansalva en la céntrica avenida de los Insurgentes, de la Ciudad de México, a unos pasos del edificio donde tenía su oficina, y ante decenas de testigos, por un gatillero a sueldo. “Fue una ejecución”, dijo del crimen un destacado comentarista político; sin embargo, han transcurrido 28 años y, al igual que los 50 mil o 60 mil muertos registrados en el sexenio, nada se sabe del o de los autores; en tanto que, con toda la desvergüenza del mundo, el presidente Felipe Calderón no tuvo empacho en afirmar en Playa del Carmen (Quintana Roo), que el legado de su administración a las futuras generaciones de mexicanos “será la construcción de un país más seguro”, tras reiterar que la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado “va por buen camino” y que los frutos de estas acciones se verán con certeza en el futuro. El viernes siguiente (25 de mayo) se registraban incendios violentos y la destrucción de las instalaciones de la empresa Sabritas en Lázaro Cárdenas, Apatzingán, Uruapan, Celaya y Salvatierra, junto con más de 40 transportes, de cuyos hechos se culpa a “Los Caballeros Templarios”; en tanto que el gobernador Fausto Vallejo Figueroa urgía mayor coordinación Federación-Estado, reconociendo que el operativo “Michoacán Seguro” se encuentra rebasado.

Lejos de ser ocurrente la referencia al 28 aniversario del artero crimen de Manuel Buendía (a quien cada año se le rinde homenaje en la Ciudad de México y en su natal Zitácuaro), la ocasión sirve también para reflexionar sobre la enorme hipocresía con la que el gobierno federal ha venido refiriéndose a la lucha contra el crimen organizado, en la que el discurso no corresponde a los hechos reales, teniendo en la apabullante pobreza del país (más de 50 millones de mexicanos) una de las causas más directas de tan grave problema social, político y económico. De ahí también, que sean pocos los mexicanos que duden ya sobre el fracaso estrepitoso del gobierno calderonista, convertido en una pesada losa sobre las aspiraciones presidenciales de una ingenua candidata panista. Autor de decenas de libros -que hoy constituyen un referente obligado para conocer la corrupción que priva en el país a partir de la segunda mitad del siglo pasado- Manuel Buendía (quien vivió 58 años) escudriñó juiciosa y meticulosamente prácticamente todas las áreas de la vida pública de México, dejando recopiladas sus experiencias entre otros, en los siguientes libros: Red Privada (1981), La CIA en México (1983), La Ultraderecha en México (1984), Ejercicio Periodístico (1985, traducido al ruso), Los Petroleros (1985), La Santa Madre o Los Empresarios (Océano, 1986), en cuyo contenido se ocupa del ex gobernador de Michoacán, Luis Martínez Villicaña (qpd), cuando éste se desempeñaba como secretario de la Reforma Agraria. Señala el autor que el titular de la SRA firmó un acuerdo publicado en el Diario Oficial el 13 de marzo de 1984 para ceder 67 hectáreas de las riberas del Lago de Zirahuén a favor de “un viejo terrateniente metido ahora a prestanombre de inversionistas extranjero”, Guillermo Estrada Arreola (qpd), para crear en esa zona una versión purépecha del Club Mediterranée que nunca llegó a cristalizarse (páginas 211, 212 y 213 de “Los Empresarios”).

Otros aspectos biográficos poco conocidos de este controversial y polémico periodista michoacano de renombre internacional, es que pocas semanas antes de su muerte (30 de mayo de 1984) estuvo precisamente en Morelia, para dictar una concurrida conferencia en el auditorio del Palacio Clavijero, a invitación del director y fundador de “La Voz de Michoacán”, don José Tocavén Lavín, con quien posteriormente habría de convivir en el aniversario de ese periódico. Manuel Buendía estudió en el Seminario Conciliar de Zitácuaro, ciudad donde ejerció como maestro rural; asistió a la Escuela Libre de Derecho, fue profesor de la UNAM y de la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García” (de la que egresó este columnista en 1969), por donde desfilaron también figuras de la talla de don Sergio Méndez Arceo, de Vicente Leñero o Alejandro Avilez, entre decenas de escritores y poetas mexicanos. Tras su muerte, en septiembre de 1984 se constituyó la Fundación Manuel Buendía, con Francisco Martínez de la Vega, como presidente; en tanto que las obras del homenajeado se han editado y traducido en varios países, a pesar de que en su estado natal (Michoacán) su nombre y referencia sean casi desconocidos para las nuevas generaciones de estudiantes de Ciencias de la Comunicación, especialmente. A la postre, conocer su obra es, también, una forma de conocer el México salvaje que no termina de extinguirse, como terminó también con Buendía y cuya estadística rebasa todo lo imaginable.