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Un golpe seco retumbó en la cabecera de la cama. Aquí iba yo a escribir la fórmula de cortesía: en la cama de usted, pero no es el caso.

Un golpe decisivo con un mazo de acero me regresó a la vigilia con el corazón en la boca. Nunca pensé que pronunciaría esta frase:

-A mí me va a dar algo.

Otro golpe en el muro, como una venganza del feng shui por mi incredulidad. La energía del norte y del sur y las malas vibras de las piedras. La geomancia se la ha tomado conmigo. Otro golpazo seco.

Una obra había iniciado del otro lado del muro. No una obra literaria, se entiende, sino una faena de albañilería. Visualicé (así decimos los adivinos) lo que ocurría atrás el muro. No hablo de una pared de tabla roca sino del muro de carga de una vieja casa de la colonia Condesa construida con todos los materiales, incluidos los sueños, de aquel tiempo.

En mi mente vi a una cuadrilla de trabajadores asestando tremendos mazazos contra el piso de la zotehuela que colinda con el muro de marras. Suena bien: muro de marras.

Una novedad: el cincel. Preguntarán la lectora y el lector cómo puedo saber que los albañiles utilizaban cinceles. Lo sé y punto. Eran las ocho treinta de la mañana del sábado anterior a las elecciones presidenciales de México.

-Voy a tocar el timbre para quejarme y rementarles la madre -dije persuadido de que la justicia estaba de mi lado.

-Perderás tu tiempo. Busca al dueño -la voz sonó como una orden de ultratumba, una instrucción del más allá: -Busca al dueño.

La solidaridad es una flor rara. Me las arreglé e inicié mis pesquisas. Un soplón me trajo información invaluable:

-Hacen una cisterna. Cavan para meter un tinaco de mil 200 litros.

Subí a la azotea a escondidas. En casa han perdido la confianza en mi fortaleza física y mi agilidad. Apoyé una escalera contra un muro de ladrillo aparente, subí y asomé la cabeza por el cubo. Un lugar horrendo, como una prisión, no sabía que a un lado teníamos un pedazo de San Juan de Ulúa: oscuridad, humedades, hongos venenosos, sombras tristes, una mazmorra. Vi un gran tinaco y alrededor a los trabajadores con palas y picos. Paleaban tierra y abrían a golpe de cincel y zapapico la zanja. Uno de mis voceros, es decir yo, dio la noticia:

-Una fosa grande, si cometen un error y pican un tubo, nos dejarán sin agua el resto del año, hablé fuerte.

Nadie valoró mi información, incluso me acusaron de alarmista, periodista amarillo, en fin. Todo esto ocurrió bajo el estruendo.

Al día siguiente vimos como crecía una montaña de cascajo puesta en costales frente al edificio de la obra. Si digo montaña es montaña: 50, 60 fardos de cascajo. Sé por experiencia que deshacerse del cascajo es más difícil que desaparecer un cadáver. Según mis cálculos el hoyo debe tener una profundidad de dos metros. Van a encontrar vasijas del año 2 Conejo. El ruido es infernal. Así imagino el infierno, como un lugar donde se fabrican cisternas día y noche. Satanás da órdenes: una cisterna cerca de la vida de Perengano y el infierno se acerca a tu vida.

Una decisión importante: tomar fotografías con el celular a la montaña de cascajo. El periodismo de la vida cotidiana me gusta. Pasa una patrulla lentamente. Los detengo:

-Oficial: reporte esa montaña de cascajo. Los vecinos no podemos caminar por la banqueta -le hablo como si yo fuera el subdirector de la policía del DF; me parezco a mi papá, sus referencias siempre tocaban al segundo de abordo, nunca al primero.

-Pareja: toque y explique que está prohibido. Me siento importante.

Camino orondo por la calle.

Cuando me alejo, me pregunto si la vida no es precisamente el diseño y realización de una cisterna: tierra, lodo, profundidades, incomodidades, ruido, pleitos, un muro que retumba ante golpes ajenos.

¿Exagero? Me duele la cabeza.

Twitter: @RPérezGay