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En los deportes, en tanto pruebas de destreza y habilidad, la inteligencia es decisiva. No se trata de tener muchas ideas, sino de aplicar las que se tienen. Más que en conocimientos, el talento deportivo consiste en la capacidad de hacer bien lo que se sabe. En las competencias por equipos, por ejemplo, la inteligencia suele depender del técnico, quien dirige y orienta el talento de los jugadores. El filósofo griego Anaxágoras (500-428 a de C) dijo: “La inteligencia es lo más puro de todas las cosas, tiene un conocimiento especial de cada hecho y es la máxima fuerza”.

Los deportes son una manifestación de cultura. En toda expresión cultural está presente el factor lúdico y la que juega es la inteligencia.

El científico José Antonio Marina, en su libro “Elogio y refutación del ingenio”, dice: “Cuando digo que la inteligencia juega, no hablo metafóricamente. La inteligencia juega consigo misma ejecutando sus actividades libremente, con fruición, prescindiendo de normas y finalidades, insumisa e incansable. En una palabra, comportándose ingeniosamente. El ingenio se encuentra en todas y cada una de las características del juego. Es, en primer lugar, una actividad placentera, autosuficiente, y por lo tanto inagotable. El juego no pretende alcanzar ningún fin exterior a él. Es por ello infinito. Meter un gol o ganar un partido no son la finalidad del juego, porque, terminado uno, si no se opusiera el cansancio, comenzaría otro nuevo. El cuerpo y el espíritu se captan como inagotables y esa sensación de poder forma parte de la alegría del juego… Todos los juegos hacen algo con la realidad, poniendo en evidencia alguna de sus propiedades, resistencias nuevas, rutas aún no abiertas, o como en el caso del ingenio, la riqueza de aspectos y relaciones que podemos descubrir en ella”.

La intensidad de las emociones vividas en los Juegos Olímpicos no se explicaría sin la excelente condición física y una gran lucidez intelectual de los competidores.

En el libro El mundo del deporte, se lee: “Los grandes campeones que han sido, son y serán, deben su éxito a la perfecta aplicación del enunciado: cabeza y piernas. No basta poseer unas excelentes condiciones físicas o un dominio absoluto de la técnica de este o aquel deporte. Si esas circunstancias no se ven acompañadas de la ‘cabeza’, difícilmente se alcanzará el triunfo. Este dependerá, sin discusión, del mayor o menor grado de perfección con que el atleta sincronice ambas circunstancias. Quienes así lo hacen, los campeones, adquieren casi automáticamente la categoría de ídolos”. Por eso el poeta mexicano José Gorostiza, en Muerte sin fin, dice: “¡Oh inteligencia, soledad en llamas, que todo lo concibe sin crearlo… Oh inteligencia, páramo de espejos!”.

Comentarios: rjavier_vargas@terra.com.mx