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Por una “Economía Real” centrada en el Ser Humano, no en la especulación

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Una broma popular en China en los años recientes cuenta la historia de una anciana china y una anciana estadounidense que se encuentran en el cielo. “Justo antes de morir, por fin pude comprar una casa”, dice la señora china. La estadounidense responde: “Justo antes de morir, por fin terminé de pagar mi crédito hipotecario”.

Aunque la historia está basada en los estereotipos del estadounidense despilfarrador y del chino austero, la historia ayuda a explicar cómo la desequilibrada economía mundial ha perdido el rumbo.

Dos dimensiones de esta crisis la distinguen de las anteriores y explican su tenacidad. La primera es la paradoja del crédito, que al mismo tiempo es dinámico y desestabilizador. La expansión y la el predominio de las finanzas mundiales permitió acelerar la acumulación de capital y la abundancia material, pero, al mismo tiempo, sembró las semillas de la crisis. En Estados Unidos, las políticas monetarias relajadas y la ingeniería financiera esotérica facilitaron el acceso de los consumidores a lujos como casas más grandes, mejores coches y más vacaciones, a pesar de que no tuvieran ahorros.

El exceso de crédito en los países ricos dio como resultado un superávit en la producción en las naciones emergentes orientadas a la exportación como China y Brasil. Estos desequilibrios han tenido efectos negativos para ambas partes.

Durante décadas, en Occidente la manufactura se ha ido vaciando a medida que las empresas manufactureras emigran a los países en desarrollo, donde la mano de obra, el equipamiento y los materiales son más baratos.

Además, la clase media en los países ricos se ha reducido, porque las utilidades de una economía basada en las finanzas han fluido hacia los “peces gordos” que controlan los resortes del crédito.

En las economías emergentes, la urbanización y la industrialización han sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, pero también han tenido un fuerte impacto en el medio ambiente.

La segunda dimensión de la crisis es su naturaleza interconectada. El mundo no es plano, sino que más bien se parece a una pecera que se contrae rápidamente. La globalización explica por qué la asfixia de un pez pequeño como Grecia, que representa apenas el 2,3 por ciento de la economía de Europa, amenaza con ahogar a todo el continente. También explica las tribulaciones de un criador de gansos de la provincia china de Anhui que llegué a conocer. Antes de la crisis, las plumas de un ganso se podían vender en unos 13 yuanes (alrededor de dos dólares), pero después de la crisis, la misma cantidad de plumas se vendía en menos de 7 yuanes. El hijo de ese criador de gansos, que es un trabajador migrante, fue despedido de una fábrica después de que se cancelaran numerosos pedidos desde el extranjero.

En los años 70 y 80, países como China y la India comenzaron a reformar sus economías, al mismo tiempo que la tecnología de la información revolucionaba la manufactura y el comercio. Pero el auge global de rápido crecimiento y de baja inflación que trajo esa revolución no puede ser reproducido. La economía mundial no ha hallado una nueva fuente de impulso desde que estalló la burbuja de Internet en el año 2000. En su lugar, las instituciones financieras, los gobiernos y los consumidores han tratado de lograr prosperidad pidiendo y otorgando créditos con toda imprudencia, sobre todo para vivienda. Ahora, el aumento en los costos del trabajo y los recursos, la presión de la inflación creciente y las grandes deudas soberanas, han vuelto menos efectivas las políticas fiscal y monetaria.

¿Qué se puede hacer? En primer lugar, no podemos esperar que el neoliberalismo (las privatizaciones, la desregulación, el libre comercio) reactive el crecimiento. La paradoja del crédito no es sólo una crisis financiera, sino también una crisis de fe, que nos insta a alejarnos de una economía centrada en el capital y a acercarnos a una economía centrada en el ser humano. No se puede pedir al capital que se vigile a sí mismo.

Para evitar que se hipoteque el futuro de la humanidad, los gobiernos deben rechazar las actitudes liberalistas.

La “mano visible” del gobierno es necesaria para administrar los mercados, reformar los sistemas de reglamentación y frenar las acciones imprudentes. Los gobiernos deberían alentar a las empresas a invertir en la economía “real”, promoviendo la innovación tecnológica y la creación de empleo en lugar de la especulación y el lucro.

En segundo lugar, las economías más grandes del mundo –Estados Unidos,

China, la Unión Europea– deben mejorar la coordinación de sus políticas macroeconómicas, así como de la regulación y el comercio, y deben

resistirse a la tentación del proteccionismo.

En tercer lugar, debe restablecerse el equilibrio entre el sector financiero y la economía real, entre la demanda interna y externa, entre los países desarrollados y los países en desarrollo. China, por ejemplo, ha emprendido acciones para fomentar el consumo interno en lugar de depender exclusivamente de las exportaciones.

La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial estuvieron seguidas de las revoluciones en la aeronáutica, la energía nuclear y la exploración espacial. La crisis del petróleo de la década de 1970 estuvo seguida de la revolución de la tecnología de la información. Sólo una mayor innovación en ciencia y tecnología puede promover la productividad y, finalmente, sacar al mundo de su crisis actual.

Si bien es crucial para Estados Unidos y China impulsar su propio desarrollo, también es necesario que fortalezcan su cooperación en comercio, inversión, finanzas, infraestructura, tecnología y otros ámbitos. Las dos economías se han vuelto muy interdependientes: el año pasado, el comercio bilateral superó los 450 mil millones de dólares.

Las fricciones son difíciles de evitar, pero lo importante es que ambas partes aborden sus diferencias a través de una coordinación que se base en la igualdad y la comprensión mutuas. Sólo mediante el reconocimiento de nuestra extrema interdependencia vamos a lograr que el efecto pecera trabaje a favor de la humanidad, en lugar de en su contra.