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Su Adelita escribe esta fábula con el rumor de una salsa cubana que halló en el YouTube: “La gente está comentando que el mundo se va acabar, se asustan por cualquier motivo pensando que no van a llegar-“.

La que escribe no sabe si este será su último relato. No sabe si existe el mañana. Si Neza está por esfumarse del mapa a golpes de teclado. Sólo sabe que como canta su ordenador, “yo no quiero que me digan que el mundo se va acabar, dejen la especuladera, ya no me lo digan más”.

Y sí querido lector. El miércoles, las redes sociales entraron en estado catatónico. Tuitazo tras tuitazo, construyeron balazos, share con share facebukero inventaron un matadero y, para sellar con broche de oro, agitadores de la pluma convirtieron el caso Neza en novela infame de terror.

En cosa de horas, a Neza la invadió el miedo. Y ese, el temor, es el arma más letal de la que su Adelita tenga conocimiento.

De hecho, recuerda como si fuera ayer cuando policías federales fueron linchados y torturados en televisión nacional debido a un rumor. Un par de lenguas sueltas -que anduvieron, de hecho, sueltas un buen- avisaron a la comunidad que unos “roba chicos” merodeaban el pueblo. Que había que detenerlos, que había que castigarlos. La turba aterrada actuó para vengar a sus niños “robados” -¿cuáles? Dios sabe- y el resto es historia negra: llanto, muerte, funerales y Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno.

“Apanican rumores”, canta un encabezado de viernes, “pagan 400 a los que sembraron terror en Edomex”, se desgarra al borde de la histeria otro, “Redes sociales provocan pánico con mentiras”, gime un tercer periódico. Su Adelita no da crédito. Si la memoria no la engaña, podría asegurar que el Nezagate rebasó al temido Chupacabras y en tan solo dos días. ¡Benditas tecnologías! Lo que antes se lograba de boca en boca ahora se difunde en mega bytes, por no decir en mega chin- Gato encerrado, pues.

Y como esta es fábula, me permito esparcir el siguiente apostolado: “El que a rumores hace caso, que aguante el macanazo” (o algo así).

La Oti dice que en su casa, allá en Chiconautla, en Ecatepec, Estado de México, no llegó el chismarajo. Y miedo, dice, solo a las brujas. Ajá. Me cuenta a detalle la historia de Aurora, la bruja mayor de su pueblo, San Cristóbal, en Michoacán. La mujer “chupaba niños”. Como usted lo lee y como aquí escribo:

“Cuando murió la bruja, un aironazo tumbó y sacudió al pueblo. Hasta se volaron los techos de la iglesia”, relata con vehemencia la Oti, ante mis ojos incrédulos.

-¿Y cómo sabes que era bruja?, inquiero.

-Que porque olía a azufre.

“La hija de mi tía murió de recién nacida. La bruja la chupó”, asegura.

-¡Ah chirrión! ¿Y quién dictaminó eso? ¿Alguien la vio?, Pregunto invadida de psicosis pueblerina.

“No, nadie la veía”, explica, “porque le entraba un sueño muy fuerte a la gente”. Muy conveniente, pienso alarmada ante la existencia de aquella fuerza maligna.

Oti continúa el relato. DICEN que los niños aparecían muertos con piquetitos en el cuello y ya morados sin sangre. DICEN que la bruja se presentaba en forma de guajolote o “que le llaman pavos”. DICEN que se paraba en los techos de las casas y bailaba como presagio de la muerte.

Nadie vio a la mentada bruja, pero DICEN que “alguien” la observó cuando se transformó en pavo. Que con pomadas se quitaba los brazos, las piernas, todo, para hacerse animal. DICEN que cuando murió, Satanás se la llevó.

Murió miserable, sin hijos, en su casita de madera al pie de la carretera. No asistió nadie al entierro. Le tenían miedo y coraje.

Cuando Oti era niña, su madre defendía a los críos con tijeras en forma de cruz, cuchillos clavados en el suelo y espejos para ahuyentar a los espíritus demoníacos.

En su pueblo no había dinero ni doctores ni comida ni pisos firmes. Había hambre, había tortilla y harta culebra. Venenosas a morir, pero inocentes de cualquier muerte infantil.

Cuando moría una criaturita, se obviaba indagar sobre la causa de muerte, pues era más que sabido que la bruja la había chupado.

Tal cual. Y luego que no le digan a uno que eso de tragar cuentos no hace daño.

O, me permito agregar, mucho bien a quien los propaga.

La familia Rothchild debe gran parte de su fortuna a un nada inocente rumor. Los ingleses se batían contra franceses a principios de los 1800 en Waterloo, Bélgica y los primeros en el Reino Unido en conocer la derrota francesa fueron los de la familia Rothchild. No es que contaran con un pajarito tuitero, sino con un ejército de palomas mensajeras que le ganaron por un día a los hombres de a caballo, que debían cabalgar hasta Bélgica, para recoger noticias. Por ello, los ya adinerados Rothchild esparcieron el rumor de una derrota inglesa. La bolsa se desplomó y las no tan blancas palomitas se hicieron de todo el papel de deuda gubernamental inglesa a precio ganga. Para cuando se supo la verdad y los mercados se recuperaron, los “empresarios” ya eran multimillonarios.

Tal cual. En momentos de la zozobra y del miedo, alguien siempre sale ganando. En Neza, alguien seguro, se frota ya las manos. Alguien. ¿Quién? Y que ya quiere esta Adelita naufragar en las delicias de especular.