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La convocatoria de AMLO para transformar Morena en un partido político nacional tendrá múltiples repercusiones. A los partidos de izquierda, los obligará a reformarse para no perder sus sustentos. A los movimientos que no tienen expresión partidista, les abrirá una vía de participación política. A los seguidores de AMLO les ofrece una salida digna y efectiva. Al PRI le quita presión inmediata, pero si Morena tiene éxito y contribuye a reforzar a un frente progresista que pueda tener candidatos comunes, le representará la más fuerte competencia.

Ir a la competencia electoral es una decisión positiva. Qué mejor que los votos de AMLO se conserven, ese respaldo social vaya a la política y la inconformidad, sin cesar, sirva para presionar al régimen en asuntos de fondo.

Para los partidos que integraron el Movimiento Progresista, la decisión les meterá mucha presión. Al PT y al MC les quitará una parte de sus votos. Al PRD lo obligará a renovarse. Colocará a sus corrientes ante un dilema. A quienes han querido estar más cerca de él, tendrán que escoger entre migrar a una nueva fuerza para empezar de nuevo o quedarse con su capital político. A quienes han sido sus adversarios internos, la decisión les traerá costos, pero también beneficios. Costos porque habrá presión por algunas escisiones. Beneficios porque las líneas quedarán mejor marcadas. Bien manejada, la coyuntura les puede abrir -a unos y otros- la oportunidad de ir a una reforma interna verdadera.

Para el régimen, la decisión se verá como favorable. Quita presión inmediata de la calle y podría fragmentar a las fuerzas de izquierda. Esa lectura podría estar equivocada si, en vez de fragmentación, se mantiene la coalición. Pero sobre todo si el proceso lleva a revisar y a abrir a los actuales partidos de izquierda y se establece desde ahora la ruta de un futuro partido-frente.

Un partido-frente uniría a PRD, PT y MC con Morena, como integrante que conserva capacidad de movilización para oponerse a un retroceso autoritario y a las reformas conservadoras (petróleo) que el nuevo gobierno impulsará, y unidos serían más competitivos en las elecciones. De lo que se trataría es de tener un programa común, viable, creíble por el buen desempeño de sus gobiernos y grupos parlamentarios, con presencia organizativa nacional, comunicación política moderna y capacidad para representar a una amplia pluralidad capaz de ganar elecciones locales y federales.

La decisión de AMLO será benéfica si, también, contribuye a una mejor definición de otras posiciones políticas, a la apertura de la vida partidista bajo nuevos modelos de acercamiento a la sociedad y al reclutamiento de nuevos liderazgos y candidaturas.

Será una decisión beneficiosa, si evita incurrir en posiciones sectarias a las que la izquierda tiene tanta propensión y no pierde de vista que, en la política, al final lo que cuentan son los votos. De ahí la necesidad de formar coaliciones amplias que incluyan destacadamente a las clases medias, respondan también a las inquietudes de los empresarios y se visualicen vinculadas a un partido frente que debe fortalecer su presencia en el norte, el centro y el occidente de la república.

Si se evita el sectarismo, predomina la mesura política y, al compás de la creación del partido Morena, se abre de par en par la vertiente socialdemócrata en los partidos, nos iremos moviendo, como bloque, como frente y como gobiernos y grupos parlamentarios, hacia la construcción de un polo más sólido que, en efecto, ofrezca una alternativa. Con ruta, respeto a los otros y perseverancia, podremos cambiar las reglas de la competencia, escoger a los mejores candidatos y capitalizar en favor del cambio el inevitable costo que significará para el PRI gobernar en estos tiempos.