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He vivido todos los cambios de la colonia Condesa desde los años 60. Los otros, más viejos, los conozco por libros y periódicos. Destaco tres y trato de contarlos: me tocó ver el día en que las cuadrillas de trabajadores del Departamento del Distrito Federal quitaban el camellón con palmeras de Juan Escutia para poner en su lugar un eje vial. La ciudad cambiaba su perfil con los ejes que trazó Carlos Hank González, regente de la ciudad. En ese tiempo desapareció también la avenida Tacubaya y las casas que la flanqueaban. Donde hoy pasan camiones de humos venenosos, familias enteras hacían su vida en viejas casas y vecindades.

Viví con los vecinos de la colonia el miedo y la incertidumbre después del temblor del 19 de septiembre de 1985 y la réplica del viernes 20. La colonia Condesa prácticamente no sufrió daños, aunque colindó con las catástrofes de la Roma y del Centro. El edificio de la calle de Laredo esquina con Nuevo León se vino abajo con un estruendo del fin del mundo, el Plaza se ladeó con la fuerza del sismo, algunas construcciones resultaron cuarteadas.

Mientras el presidente De la Madrid consideraba si era o no prudente salir a las calles, los vecinos se organizaban para rescatar a las personas atrapadas entre los escombros. A eso le llamó Monsiváis sociedad civil.

En aquel entonces, las propiedades de la Condesa se vendían a precio de risa. Colonia sísmica, de viejitos, con dos parques descuidados, en fin. Durante esa caída inmobiliaria compré una casa de los años 40 en uno de los límites de la colonia. Estuvimos a punto de perderla durante la crisis de 1995. Vendimos el coche, le metimos a las tarjetas hasta donde se pudo y vivimos endeudados varios años.

Un azar del gusto y de la historia urbana le dieron a la colonia un nuevo aire a partir del fatídico 1995. En avenida Michoacán había dos restoranes y dos cantinas: el Sep’s, el Xel Ha, el Centenario y el Nuevo León. De pronto y sin saber, como pasan las cosas importantes de la vida, en cada espacio de la planta baja de un edificio se abría un restorán. Los primeros, si no mal recuerdo: La Gloria y La Garufa.

Mi amigo Luis Miguel Aguilar y yo nos burlábamos de la nueva estética de la Fondesa y sus jóvenes vestidos de negro, como en Nueva York; de los poetas y los pintores que hicieron suyos los espacios, como en Montmartre; de los lofts donde terminaba la noche, como en La Chueca de Madrid.

No supimos ver lo que venía. La Condesa había cambiado para siempre. La locura inmobiliaria mandó los precios a las nubes, el metro cuadrado costaba un ojo de la cara. Todos los jóvenes querían vivir en la Condesa. Cada mañana, la casa que habíamos visto la noche anterior había sido derruida y en su lugar se construía un edificio. El crecimiento sin regulación siempre trae el caos: basura, sin recolectores programados; encontrar un cajón de estacionamiento en estas calles es como sacarse la lotería; valeteros y viene-vienes han privatizado el espacio público; los apagones son comunes. A los problemas de la regulación los acompaña siempre la corrupción, el negocio bajo cuerda, el permiso comprado, el soborno.

El estallido inmobiliario ha convertido el problema del agua en un suplicio. La colonia padece, como toda la ciudad, los cortes de agua, pero algo más. El Sistema Cutzamala se ha convertido en una especie de deidad que trae y quita el agua, más lo segundo que lo primero. En un circuito, no sé cómo llamarle, de la colonia, los cortes se prologan, el último duró seis días. Las cisternas se vaciaron y las pipas de empresas privadas abastecieron restoranes y casas.

A partir de las dos de la tarde el agua no entra por los tubos públicos y los vecinos utilizan el contenido de las cisternas que abastecen a los tinacos mediante bombas hidráulicas. Es decir, en el circuito del que hablo, sé que está formado por una parte considerable de la colonia, solamente suministra agua hasta las dos de la tarde, y se realiza un corte total del viernes al lunes.

No hay agua en la Condesa. Las autoridades no parecen interesadas en enfrentar el problema y el interregno que ocurre entre la elección y la entrada de las nuevas autoridades probablemente nos dejará sin agua corriente.

Una colonia de largas noches en bares y restoranes se provee de agua con camiones tanque; una colonia donde todos quieren vivir y donde se construyen edificios a los cuales el agua llegará unas cuantas horas al día. ¿No estamos locos? ¿Alguien se ocupará de otro barrio más sin agua en la ciudad? Veremos.

Twitter: @RPérezGay