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Todo comenzó con un acto estúpido, tal vez provocador, pero estúpido. Una dizque película llamada “La Inocencia de los Musulmanes”, o mejor dicho los cortos de esa obra, fueron subidos a YouTube y languidecieron ahí hasta que alguien descubrió el video, que es, por decir lo menos, ofensivo.

Ofensivo, sí, pero también inofensivo. Un muy mal intento por presentar a Mahoma como un personaje abominable, con malos actores, peor diálogo e ínfima producción y edición, que no daba ni siquiera para el anecdotario, se convirtió en el detonador de las protestas antiestadounidenses más furibundas y violentas de los últimos tiempos. Primero en El Cairo, donde obligaron a la diplomacia estadounidense a replegarse, luego en Bengasi, donde le costaron la vida al embajador de EU en Libia, y más tarde en Túnez, Sudán y ahora hasta en Pakistán, donde 38 personas perdieron la vida.

La mala película desató lo que la otrora destacada revista “Newsweek” describió, de manera muy desafortunada, como “La furia musulmana”, en una portada que es de las más estereotipadas que yo recuerde, y que muestra los rostros enfurecidos de manifestantes que suponemos árabes, acompañada por el artículo de fondo de la revista, escrito por una periodista/activista que se define como ex musulmana, Ayaan Hirsi Ali, con aseveraciones que serían graciosas de no ser tan absolutamente distorsionadoras de una realidad de por sí compleja.

Según ella, el fanatismo musulmán amenaza no sólo a Occidente, sino al mundo entero. Su visión caricaturesca no hace honor ni a su propia trayectoria, que me parecía más seria y digna de tomarse en cuenta antes de este episodio, ni a la de la alguna vez respetable “Newsweek”, que va dando tumbos sensacionalistas en busca de sus lectores perdidos.

Las redes sociales se encargaron de poner a ambos en su lugar, haciendo mofa del hashtag #Muslimrage y demostrando que por cada musulmán dispuesto a manifestarse furibundo o a quemar una bandera estadounidense hay decenas o centenares dispuestos a reírse de sí mismos. Ese sentido del humor fue para mí la verdadera lección del episodio. Y es que el fanatismo se acaba donde la risa comienza.

Me parece que vale la pena poner las cosas en contexto. En primer lugar, en la mayoría de los casos se trató de manifestaciones de radicales y extremistas, que ni de lejos se asemejan a las multitudinarias y generalizadas que dieron nombre a la primavera árabe y que ayudaron a derrocar dictadores. Confundir ambas cosas es un acto de ignorancia o de mala fe.

En segundo lugar, atribuirle a los extremistas la muerte de los diplomáticos estadounidenses es también exagerar las cosas, pues existen evidencias de que se trató de un ataque planeado y ejecutado por una célula terrorista probablemente vinculada a Al-Qaeda, que lo hizo además coincidir con el aniversario de los fatídicos ataques del 11 de septiembre.

Finalmente, no podemos ignorar que todo mundo parece más que dispuesto a sacar raja política de este caso. Desde los demagogos radicales en el mundo musulmán, que buscan reclutar o movilizar a los más ignorantes y desesperados, hasta los gobiernos de algunos de esos países, que encuentran en esto una distracción y una válvula de escape a los múltiples problemas políticos, económicos y sociales que son incapaces de resolver, hasta los extremistas de la derecha que se hace llamar cristiana en EU, que se ha montado en este tren con un oportunismo lamentable.

Radicales violentos y barbajanes hay por doquier. Los neonazis en Europa, los Ku Klux Klan y otros racistas en EU, los ultranacionalistas en Rusia, los ortodoxos extremos en Israel, los musulmanes fanáticos, los antisemitas en cualquier parte del mundo, todos forman parte de una misma subespecie: la de los intolerantes, la de los que están tan enojados que parecen dispuestos a olvidar que hasta los sujetos de su odio son igual de humanos que ellos. Generalizar a partir de esos extremos es tan grave como ignorar su existencia.

Twitter: @gabrielguerrac