Voy a escribir acerca de los libros que están alrededor de mi cama, sea porque los estoy leyendo, porque los he consultado, o a causa de que me han sido obsequiados en estos últimos días.
El desorden en mi recámara es espantoso, pero intentaré llevar a cabo la tarea de nombrar, más que de tratar, las obras que se hallan tiradas por aquí y por allá. Han sido numerosas las ocasiones en que una persona me pregunta sobre los libros que leo por esos días y regularmente les miento. Si leo un libro mediocre les informo que me encuentro acometiendo la obra completa de Robert Musil o de Chateaubriand para no despertar más sospechas de las que generalmente despierto. Si leo un buen libro, pero no lo creo apropiado para quien me pregunta, entonces le miento y describo una obra que supongo le gustará o le convendrá leer. No me atrevería a confesarle a una joven de diecinueve años que estoy leyendo Meditaciones cartesianas, de Edmund Husserl, de modo que sin más rodeos le miento y le comento que las historias de John Fante ocupan el tiempo de mis jornadas presentes. Paso entonces a describir esta geografía personal cuya finalidad es responder por primera vez de manera sincera a los cuestionamientos morbosos sobre lo que tiene a su alrededor un escritor cualquiera.
Prosa y circunstancia, de Enrique Lynch, filósofo argentino a quien no estoy seguro si me honraría conocer, pues en sus puntillosos y belicosos comentarios llega a afirmar que entre las cosas que detesta se encuentran la ética, el coñac y el baloncesto. Ruido, la novela que recién me ha obsequiado un joven escritor chileno, Álvaro Bisama. Apología de la barbarie, de José Luis Ontiveros, a quien conocí cuando escribíamos ambos para el suplemento “Sábado”: se trata de un ensayo acerca de tres escritores cuya moral resulta incómoda para el hombre humanista, Ernst Jünger, Yukio Mishima y Ezra Pound. Engaño, de Philip Roth, la primera novela del escritor judío que me decepciona ampliamente. Amores de segunda mano, de Enrique Serna, conjunto de relatos que quise volver a leer después de quince años: el retorno a esa lectura fue también una reafirmación de su calidad: mi gusto no me ha mentido todas las veces. Del Ganges al Mediterráneo, conversación entre un sabio de la indología, Vidya Nivas Mishra y el filósofo español Rafael Argullol, de quien recientemente he leído El héroe y el único, una aproximación profunda y erudita sobre el romanticismo. Yo serví al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal, escritor que no dejará impasible a quien tenga buen oído en la imaginación (antes había leído de él Una soledad demasiado ruidosa y Trenes rigurosamente vigilados). La escuela del aburrimiento, de Luigi Amara, mirada sobre una sociedad contemporánea y glotona que se aburre en cuanto más cree divertirse. Teoría de las catástrofes, del joven escritor mexicano Tryno Maldonado, una obra que apenas comienzo y que camina bien aunque no comparto sus definiciones matemáticas. La niña de Nueva York, de José Miguel Oviedo, libro y ensayo en donde se narra la vida erótica de José Martí. La Biblia Vaquera, del escritor Carlos Velázquez, una voz de singular manierismo y plena de un humor amoral y malicioso. La profecía de la memoria, un conjunto de ensayos sobre escritores y filósofos alemanes escrito por José María Pérez Gay, obra que he leído al menos dos veces y cuyas hojas al subrayar sus frases he oscurecido con la intromisión de mi lápiz.
Veo muchos libros más cercanos al closet y otros formando pirámides ruinosas, pero decido no acercarme a ellos. Como ustedes se darán cuenta no existe cordura en esta selección y nada relaciona las obras nombradas, sino el hecho de que, por algún motivo, se encuentran alrededor de mi cama. Sin embargo, yo he cultivado este método suicida para ordenar mis lecturas. Como no busco el conocimiento absoluto o perfecto, ni me interesa ser especialista o erudito en ningún tema, entonces no me avergüenzo gran cosa de mi desfachatez taxonómica. Se abren las ventanas al azar y aparece la vida con toda la confusión, misterio, placer y desgracia que la acompaña. La literatura es una reunión de excepciones, como afirmaba Octavio Paz, o una taberna llena de maleantes y uno que otro científico, digo yo.