24 nov.- La acción ejecutiva del presidente Obama, que ha aliviado la situación de cinco millones de indocumentados, ha cambiado el discurso político y ya no se habla tanto de la derrota demócrata en las elecciones legislativas como del impacto que el decreto pudiera tener en las presidenciales de 2016.
Los legisladores republicanos se oponen radicalmente, y hasta algunos partidarios de una reforma inmigratoria lo consideran algo así como un “parto de los montes”. Otros muchos políticos se rasgan las vestiduras ante el decreto, pero esas amargas críticas repercuten negativamente entre los defensores de la reforma de inmigración.
Los que hasta ahora criticaban en esos círculos la indecisión del actual ocupante de la Casa Blanca, continúan solicitando una ley más amplia y ambiciosa que la presente “acción ejecutiva”, pero reservan su mayor rechazo hacia la oposición sistemática de los republicanos a una verdadera reforma.
Si la nueva mayoría republicana en el Congreso no produce una ley que sea aceptable a los hispanos, eso condenará al Partido Republicano a ser rechazado por el electorado hispanounidense. Tal rechazo no sería un premio a los demócratas por la acción incompleta y tardía que un presidente de su partido ha tomado, sino un castigo para aquellos que responden con manifiesta amargura al inexorable crecimiento del electorado hispano.
Una gran esperanza del Partido Republicano para atraer a los hispanos en el 2016, pudiera llegar a convertirse en una inesperada víctima de ese rechazo a la reforma inmigratoria. Me refiero específicamente al antiguo gobernador republicano de Florida Jeb Bush, que ha pedido un mejor trato para los indocumentados y está casado con una mexicoamericana. Él sería el candidato republicano más aceptable para los hispanounidenses.
A pesar de la ventaja representada por ofrecer un candidato con esas credenciales, el lenguaje de sus correligionarios contribuiría a hacer muy difícil el triunfo de Bush en las primarias republicanas en muchísimos estados. Los votantes más identificados con la derecha, que predominan siempre en las primarias republicanas, no desearían en medio de ese ambiente situar en la boleta a alguien considerado amigo de los hispanos y de los indocumentados.
Así las cosas, para triunfar en las elecciones presidenciales, el Partido Republicano debe mejorar su imagen entre los hispanos, las mujeres, los afrodescendientes y otros grupos considerados minoritarios, pero que se van convirtiendo en mayoría. No sería adecuado depender sólo de grupos étnicos cuyo crecimiento se ha detenido como es el caso de los llamados “anglos”. Las próximas elecciones presidenciales atraerán una apreciable votación de los “grupos minoritarios”.
La nación necesita de partidos políticos que apelen a un sector mucho más amplio de votantes y de esa manera competir no sólo para elegir legisladores y gobernadores sino para llegar a la Casa Blanca. En Estados Unidos el sistema de gobierno es presidencialista. La oposición, aunque domine el Congreso, sólo puede intentar pasar legislación, siempre sujeta a un posible veto presidencial, y trabajar en el presupuesto, pero nunca gobernar realmente.
A pesar de errores del actual gobernante y de haber mostrado un apreciable grado de indecisión en algunos aspectos de la política nacional e internacional, se van distinguiendo datos que pudieran ser tenidos en cuenta en el futuro. Por ejemplo, el desempleo sigue disminuyendo y se logró superar la crisis bancaria y detener la gravísima crisis económica heredada su predecesor. Y todavía ni siquiera se conoce con alguna claridad quiénes serían los mejores aspirantes presidenciales republicanos en caso de no ser seleccionado Bush.
En cualquier caso, los republicanos no podrán triunfar simplemente criticando a Obama. Ese mandatario no será el candidato demócrata en el 2016. La más probable candidata de ese partido, la antigua primera dama Hillary Clinton, favorita en el voto femenino, contará con su largo “curriculum vitae” de senadora y secretaria de Estado.
La señora Clinton tendrá a su lado a un poderosísimo aliado. Nada menos que su muy hábil esposo, un maestro de la política contemporánea. Un ex presidente que cuenta con un alto nivel de aprobación en las encuestas a pesar de sus numerosos adversarios. En cuanto a los recursos económicos de campaña, los Clinton han demostrado que podrán competir con los fondos que logre acumular un todavía desconocido aspirante republicano.
Retomando el tema inmigratorio, se destaca un hecho irrefutable. Sería imposible deportar a todos los millones de indocumentados. La administración Obama ha estado hasta ahora entre las más activas en ese sentido, pero la economía estadounidense y el mercado laboral sufrirían enormemente sin la mano de obra y las contribuciones fiscales del grupo más numeroso de inmigrantes. Dejarlos en un limbo, sin seguro social, sin licencias para manejar y en constante zozobra, no sería digno de una nación tan grande. O se impide por completo su ingreso al país, lo cual sería catastrófico para la economía, o se les trata como a legítimos residentes extranjeros, a ellos y a sus familias, si han vivido por años en territorio estadounidense. Tan sencillo como eso.
El decreto de Obama es imperfecto. Y todo un sector de la opinión pública ha rechazado desde el principio tanto su administración como su propia persona. Pero el tiempo obrará a favor de quienes se propongan analizar seriamente el presente y prepararse para el futuro. Se puede pensar con nostalgia en el pasado, pero no es posible regresar a lo que Stefan Zweig denominó “El Mundo de Ayer”.
Marcos Antonio Ramos es miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
(Las tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)