8 dic.- Recuerdo el título del libro “Cuando la razón se vuelve
inútil”, de Salvador Díaz Versón, a quien conocí hace muchísimo
tiempo. El viejo periodista se refería a acontecimientos ocurridos
en Cuba en el pasado siglo XX. Independientemente de suscribir o no
todas las ideas expresadas por ese escritor, pensé en un título algo
parecido al suyo, pero el lector no tendría así la menor idea de que
me estaba refiriendo al tema inmigratorio en Estados Unidos.
Preferí entonces utilizar la palabra “obstinación”. La decisión
de la Cámara de Representantes federal de aprobar sólo con votos
republicanos un proyecto para “anular” las medidas de regularización
de inmigrantes indocumentados decretadas por el Presidente de
Estados Unidos revela un alto grado de obstinación, por no decir de
obsesión con el tema. Se trataba de un voto simbólico que no
repercutiría realmente sobre la medida, ya que el proceso real de
anulación sería mucho más complicado.
No es necesario simpatizar con el actual ocupante de la Casa
Blanca o considerar como acertada la decisión de utilizar su
autoridad ejecutiva en este asunto, para comprender hasta qué punto
varios sectores han obstaculizado los intentos de solución de uno de
los mayores problemas que confronta en esta década la nación
norteamericana.
Por un lado, el primer mandatario demócrata del país ha vacilado
y demorado en hacer algo realmente efectivo para resolver esta
crisis inmigratoria y su partido no aprovechó con firmeza los años
en los que disfrutaba no sólo del control de la Casa Blanca sino
también de una mayoría en ambas cámaras legislativas.
Después de hacer esas afirmaciones y reconocer que también los
líderes demócratas han fallado en estas materias, deseo reiterar que
el liderazgo republicano ha demostrado un grado de obstinación
increíble con su abierta oposición a aceptar el más mínimo intento
de resolver el problema.
El liderazgo republicano no ha demostrado deseos de enfrentar la
realidad. Si lo hubiese hecho, eso hubiera mejorado su imagen en la
comunidad hispanounidense, ya que esta le ha negado sus votos
mayoritariamente en casi todas las elecciones de las últimas
décadas. Cuando el liderazgo republicano actúa de esa manera,
persiste la impresión de que no tiene en cuenta el sufrimiento de
millones de personas que han echado su suerte con este país y que
contribuyen con su trabajo a hacer crecer su economía.
Nadie en uso de razón pretende legalizar a todos los
indocumentados o abrir las puertas a todos los inmigrantes. Ni
siquiera una nación tan poderosa puede hacerlo sin pagar un alto
precio. En otras geografías hay corrientes de inmigración que no son
compatibles con la cultura e identidad nacional y muchos países no
tienen el vasto territorio de que dispone Estados Unidos o el tamaño
gigantesco de su economía. Pero el caso estadounidense es muy
diferente. El gran país del Norte no puede aceptar a todos, pero
necesita a millones de inmigrantes, “documentados” o no, que han
residido y trabajado en su territorio por muchos años.
Mucho peor que no tomar las medidas correctas o demorar la
legislación adecuada es obstaculizar abiertamente cualquier intento
del poder ejecutivo o del legislativo de aliviar una situación tan
penosa y que afecta la economía nacional.
Con notables excepciones, cuando se escucha a ciertos líderes
partidistas hacer declaraciones contrarias a legalizar a un sector
tan significativo de la población, tal parece como que se desea
arruinar la suerte de un partido político que, como el Republicano,
no sólo merece aprovechar el sistema de alternancia en el poder
ejecutivo sino que tiene una historia en la cual ha dado ejemplos
muy significativos de su capacidad para dirigir la nación.
Un congresista demócrata lo expresaba de la siguiente manera: “No
es solo la fantasía de que el Congreso podrá destinar suficiente
dinero para encarcelar y deportar 11 millones de personas y sus
familias, sino también la fantasía de que (una simple medida sin
posibilidad de ser adoptada o tomada en serio) se convertirá en
ley”. Luis Gutiérrez estaba refiriéndose con sus palabras a una
“pura fantasía”.
Si la oposición republicana, que desde el próximo mes de enero
controlará ambas cámaras del Congreso, desea demostrar que toma en
serio el problema inmigratorio, deberá aprobar, con o sin apoyo del
otro partido, una ley destinada a buscar soluciones y no a
obstaculizarlas, como se ha intentado hacer con este paso altamente
simbólico que sólo puede tener como resultado provocar el rechazo de
la mayoría de los hispanounidenses.
Ciertamente “la razón se vuelve inútil” cuando un partido
político, llámese Demócrata o Republicano, convierte en adversarios
permanentes a decenas de millones de votantes, simplemente por
mostrar su oposición sistemática a un presidente, muy imperfecto
quizás, o a un partido rival con errores, a la vez que contribuye a
dañar no sólo su imagen sino también la economía y la convivencia en
un país que siempre ha aspirado a ser un ejemplo para el resto del
planeta. Triste obstinación.
Marcos Antonio Ramos es miembro de número de la Academia
Norteamericana de la Lengua Española.
(Las tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE
comparta necesariamente sus puntos de vista)