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Washington, 28 feb (EFEUSA).- Michelle Obama se las ingenió hace cuatro años para ser anfitriona en la cena anual de los gobernadores y en la misma noche anunciar desde la Casa Blanca el Óscar a la mejor película, escoltada por militares.

Aquel tímido abuso de poder se perdonó como una simple travesura farandulera, posible gracias a la complicidad entre Hollywood y Washington DC. De momento eso luce impensable.

Mientras el reto institucional y el conflicto de intereses de la nueva familia presidencial apuntan a otros niveles más avanzados, su relación con la élite farandulera -igualmente privilegiados y poco leídos, pero liberales- no podría ser más diametral.

Bajo ese fantasma, el domingo 26 de febrero hubo tanta política en la cena de los gobernadores como en la accidentada entrega del Óscar.

Fueron dos frentes de batalla a ambos extremos del país -en uno ya era de noche, en otro aún brillaba la tarde-, representando casi planetas distintos: exclusión versus inclusión, nacionalismo versus globalidad, censura versus amplitud, negar errores versus aceptarlos.

Donald Trump goza de 33 gobernadores republicanos, la cifra más alta desde el año 1922 y casi el doble del resto del mapa: 16 demócratas y un independiente.

Número más que suficiente para sentirse si no feliz -su misión imposible- al menos cómodo en la cena, haciendo lo que más le gusta: ser el centro de las atenciones sin riesgos de cuestionamientos ni preguntas incómodas.

En Los Ángeles, al mismo tiempo y bajo amenaza de lluvia, los afroamericanos vivían lo que por tantos meses lucharon: que una película sobre su comunidad ganara por primera vez el Óscar más importante. También es la primera con un argumento sobre diversidad sexual en lograrlo, así que la revolución fue doble.

“La La Land” se ubica en el terreno clásico de sueño y evasión, y para muchos fue la producción ideal para contrarrestar el pesimismo que reina desde el sorpresivo resultado presidencial.

El triunfo de “Moonlight” también fue inesperado y accidentado, pero era sin duda la opción más adulta y seria para combatir el conservadurismo blanco. Sí, en este país, el color de piel sigue siendo la etiqueta más importante.

El anuncio histórico sucedió en medio de una confusión de sobres, tal como en el Miss Universo hace 14 meses. Hechos inéditos en programas de televisión con audiencia global que cuentan con las tecnologías más avanzadas y blindadas, dignas de la potencia que los produce – ¿Pasó algo similar en las elecciones del 8 de noviembre, pero no se atrevieron a decirlo?, se pregunta más de uno. Después de todo, Hillary Clinton sumó tres millones más de votos -.

Salomónica y civilizadamente, los productores de ambos largometrajes tuvieron oportunidad de agradecer ante el mundo, intercambiando abrazos y felicitaciones. Lo opuesto al estilo del inquilino de la Casa Blanca, quien lleva años criticando a la Academia y hace apenas un mes llamó “sobrevalorada” a la actriz más respetada, Meryl Streep.

El anfitrión Jimmy Kimmel no desaprovechó la expectativa y bombardeó por todos los frentes que pudo. Comparó la segregación racial con los productores que discriminan basados en la edad y el peso, se burló de las autoridades migratorias, pidió honores para Streep y hasta le preguntó si estaba usando un vestido de Ivanka Trump.

Hubo muchas “indirectas” muy directas. Mientras Washington ha comenzado a filtrar a la prensa por capricho caudillista, la Academia decidió citar en pantalla al mártir James Foley, decapitado en Siria: “Si no tengo la valentía moral de desafiar a la autoridad, no tenemos periodismo”.

La carta del ganador Asghar Farhadi enviada desde Irán también cuestionó el abuso de los poderosos contra los vulnerables, llamando a usar las “cámaras para captar cualidades humanas compartidas y romper estereotipos de diversas nacionalidades y religiones, (creando) la empatía que necesitamos hoy más que nunca”.

Empatía equivale a solidaridad y diplomacia. Hollywood es el embajador más efectivo que Washington ha tenido en el mundo desde hace casi un siglo y pretende seguir siéndolo, aún sin su acreditación.

Andrés Correa Guatarasma es corresponsal y dramaturgo venezolano residenciado en Nueva York, afiliado a la Academia Norteamericana de la Lengua Española, el Dramatist Guild of America y la Federación Internacional de Periodistas

(Las Tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista).