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 Así lucía el Estadio Caliente la noche de este jueves, minutos antes de que diera comienzo el partido entre los Xolos de Tijuana y los Diablos rojos del Toluca; primer encuentro de la Final del Torneo Apertura 2012.
Así lucía el Estadio Caliente la noche de este jueves, minutos antes de que diera comienzo el partido entre los Xolos de Tijuana y los Diablos rojos del Toluca; primer encuentro de la Final del Torneo Apertura 2012.
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TIJUANA, BC., noviembre 29 (EL UNIVERSAL).- Hay de rojos a rojos. Está el escarlata, ese que enciende, que quema. El rojo de tradición. El rojo diablo.

Y está el rojo xolo, el duro, el oscuro. El rojo de la frontera. El rojo que está de moda.

Nunca antes la final del futbol mexicano se había ido tan lejos, se había ido hasta la frontera, donde los sueños comienzan y más veces se rompen. Y nunca antes la final había estado tan roja.

Rojo xolo; rojo diablo.

Hasta el cielo es rojo.

Y Tijuana es rojo, como el letrero del galgódromo Caliente, ubicado a unos cuantos pasos del estadio, un estadio muy a lo “gringo” en suelo mexicano; rojo como la camiseta de los Xolos, rojo como las pelucas que se venden fuera, en las calles, rojo como la pasión que ha invadido a esta ciudad; rojo como el amor que siente Antonio Mohamed por el hijo que siempre tiene presente y que sabe que ya nunca más verá.

Llegan los Diablos. No pasan de 300, quizá sean menos. Son rojos como la historia que han formado en todos estos años, como la rabia que sienten porque a pesar de ser el segundo y quizá muy pronto, el primero, el equipo con más títulos en la historia del futbol mexicano, no sean reconocidos como uno de los grandes; rojo como la entereza de Enrique Meza, quien después de tantos años en la brega, aún tiene hambre de triunfo.

Las tribunas, pintadas de rojo, se dejan envolver por el rojo mismo. Hay 30 mil asientos, solo 29 mil 700 para los locales, que visten de rojo, y 300 para la visita, que de rojo, también están.

Sólo unas manchas amarillas interrumpen el paisaje. Los seguidores del “échale pulmón Charalito”, el de “cuantas, cuantas”, hacen su agosto. El estadio Caliente se vuelve la cervecería más grande del mundo. El alcohol es el más grande aliado para soportar la espera. Unos dicen que las horas parecen años para que comience el juego, otros dicen que son años, (desde el 2007) que estaban a la espera de este momento de gloria, de la gloria de saltar de ser un equipo de ascenso a un equipo campeón del futbol mexicano.

En las calles, lógicamente rojas, dejan ver cualquier extravagancia. Hay un niño que hace el berrinche de su vida, se tira al suelo, patalea, llora y se arroja de cabeza porque no le compraron el “Sombrero Riascos”, el que tiene la franja de peluche amarillo incluida, su recompensa es el manazo de la mamá, de esos que suenan duro, pero educan más; otro señor busca desesperadamente la chamarra a lo Antonio Mohamed… “Con la lonja incluida”, dice divertido. Pero lo más increíble es aquella muchacha que acepta raparse su larga cabellera por dos boletos para el juego. “Son para mi viejo. A ver si así me perdona el no darle de comer a tiempo”, menciona, mientras que la rasuradora corta y corta, sin remordimiento alguno. Por cierto, ella también viste de rojo.

“Somos perros”, suena la canción; “Vamos Diablos”, grita la porra toluqueña. Ambos visten de rojo, ambos viven la pasión roja.