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MÉXICO, D.F., diciembre 2 (EL UNIVERSAL).- Sí, es el mismísimo infierno. Máscaras con cuernos, zombies y hasta rabiosos perros aztecas, aunque con raíces fronterizas, que se agregan al mítico escenario, rebautizado como Nemesio Díez, pero transformado en la demoniaca Bombonera de siempre.

Uno de esos caracterizados zombies deambula en los alrededores del inmueble. El rostro espolvoreado de blanco, con algunas cicatrices, forman parte de su maquillaje. La prenda de los Diablos Rojos justifica su afán por encontrar boleto, el cual requiere mediante una pancarta que lleva entre sus manos.

Pero no, aquí, a estas alturas, todo mundo atesora sus entradas, porque ni en la reventa hay posibilidad de encontrar. Éstos ya se han despachado con precios de hasta 5 mil pesos y no falta quién los paga, con tal de no perderse la final del balompié nacional, recubierta de ese carmesí adornado con tonalidades negras requeridas por los Xoloitzcuintles de Tijuana, únicos capaces de desafiar a los pingos en el mismísimo Averno choricero.

“¡Otra copa, queremos otra copa!”, exige la multitud… “¡Xolos, Xolos, chi… a su ma…!”, repite incansable. “¡Son pen…!”, se mofan. “¡Pongan hue…!”, invitan a los suyos y rematan con el clásico “¡Sí se puede!”, lo que contribuye a ensordecer, sin mucho éxito, al can más frío de la manada. Porque la doble cortina defensiva que aplica Antonio Mohamed apaga a la ingeniería local, mientras el argentino guarda su pecho con una abrigadora chamarra y la bufanda blanca enroscada en su cuello.

La ampliada zona de prensa no basta para dar cabida a tantos miembros de los medios de comunicación, forzados a realizar largas filas a las afueras del Nemesio Díez con tal de no perderse el desenlace de la Liga.

“¡Vamos, no se escucha… sí se puede, sí se puede!”, replica afanado el encargado del sonido local. Pero la afición, con el correr de los minutos, se desespera más que los propios jugadores, incapaces de romper los infranqueables candados armados por “El Turco”.

Es un infierno, sí, pero los rojos, apagado su artesano, Antonio Naelson “Sinha”, por la pierna fuerte de Javier Gandolfi y sus rabiosos animales. Mas en la final, todos los demonios se frotan las manos y generan fuego, hasta encender la inmensa hoguera futbolera de la capital choricera.

En el complemento los visitantes “matan” mediante el contragolpe y ni los fríos baños de cerveza contienen al feroces Xolos, decididos a marcar sus terreno en los terrenos del mismo diablo.