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TOLUCA, Méx., diciembre 2 (EL UNIVERSAL).- Se animan a desgañitarse hasta que llegan a la tribuna de las ilusiones y se sienten protegidos por los hombres de los chalecos fluorescentes. Son los adoradores de la hambrienta jauría que vive justo donde inicia la patria.

La travesía emprendida desde la frontera se complica hasta la puerta del averno. Entonces sí, apelan al camuflaje para sortear las decenas de seres maléficos que cuidan el hogar de “lucifer”.

No les queda de otra más que aferrarse a la caprichosa coincidencia de colores con el Toluca. No es el mismo tono de rojo, pero las tinieblas les ayudan. Auténtica ironía en el “infierno”.

Son minoría, poco les importa. Sus corazones palpitan con cada hazaña de ese peculiar conjunto que llegó a la última instancia del futbol mexicano, sin importar que más bien parezca un representativo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Sólo Cirilo Saucedo, Juan Carlos Núñez y Fernando Arce cantan la letra concebida por el poeta Francisco González Bocanegra. Luce ajena para el resto, incluido Édgar Castillo, ese chico que formó parte del Tricolor Sub-23, que fracasó en el preolímpico rumbo a Beijing 2008. El destino futbolístico lo llevó a la selección absoluta de Estados Unidos, nación que ahora siente suya.

Postura que contrasta con la del Toluca. Además de los nacidos en México, Antonio Naelson Sinha interpreta sentidamente el Himno Nacional, calor que se esfuma con el crepúsculo.

Histórica final en el estadio Nemesio Díez, primera que se juega con luz artificial. Y es que, el infierno no es el mismo sin sus características llamas.

Tampoco los temibles Diablos Rojos, quienes no logran contagiar a una marabunta ávida de esos sacrificios que suelen hacer de La Bombonera un sitio inexpugnable.

Las manos se enfrían, fenómeno que se extiende a las piernas y hasta la voz. En el palco de honor, Valentín Díez, propietario del club rojo, la pasa mal, al igual que Eruviel Ávila, gobernador del estado de México.

A unos cuantos metros, los rostros también lucen rígidos, aunque el sentimiento es distinto. La familia Hank también sufre. Nadie como Jorge Alberto, el joven directivo quien amplió el mapa del balompié nacional hasta el noroeste, justo donde comienza la patria.

Estampas de una sui géneris final en Toluca, primera bajo el formato de la Liga MX. Es por eso que el protocolo falla: los Xolitzcuintles salen al campo antes de lo estipulado; cuando se avisa la entonación del Himno Nacional Mexicano, el niño que entrega el balón al árbitro se adelanta y pide “Juego Limpio”, blooper que arranca una sonrisa a Francisco Chacón, además de los capitanes Sinha (Toluca) y Javier Gandolfi (Tijuana).

Pero allá, en la tribuna de las ilusiones, un puñado de aficionados norteños tiene su propia fiesta. Para ellos, estar en el juego más importante del futbol mexicano ya es todo un hito. Mientras, el Infierno luce congelado, más oscuro de lo habitual.