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Al igual que otros terremotos en países latinoamericanos y de economías destrozadas, el de Haití es un nuevo recordatorio de lo que es el mundo globalizado.

Mientras unos países discuten los precios del petróleo, el apoyo a los banqueros, la balanza comercial y el terrorismo, en el país más pobre de las Américas su población solo busca cómo salir de otra tragedia.

El terremoto de 7 grados en la escala de Richter que sacudió Haití el martes,fue 35 veces más potente que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima (Japón) al final de la II Guerra Mundial, afirmó Roger Searle, profesor de geofísica en la Universidad de Durham (Reino Unido).

Comparó también la energía liberada por el terremoto en el país caribeño con la explosión de medio millón de toneladas de TNT.

Pero un terremoto no llega en el vacío. Lo que aumenta la gravedad de la tragedia es una serie de condiciones que genera la economía: hacinamiento, improvización de viviendas, falta de recursos preventivos…

En esto, los grandes economías que regulan la danza de los capitales del mundo globalizado, deberán hacerse la pregunta de si la tragedia termina cuando se entierren a los muertos, se curen a los heridos y se reconstruyan unos cuantos de los servicios básicos para que siga funcionando el país con el nivel de atraso que se vivía antes de la tragedia.

La solidaridad a corto plazo debe ser aplaudida, pero luego de unos días habrá de pensarse en una solidaridad a largo plazo que ataque ese otro desastre: el de la pobreza extrema.