La característica de la neurosis es la compulsión a la repetición. Las personas vuelven a tropezarse con la misma piedra una y otra vez, porque no se dan cuenta del motivo inconsciente que los hace actuar de esa manera. En la política, la discusión también suele convertirse en algo compulsivo. Se vuelven a repetir los mismos argumentos, y a plantear de la misma forma los problemas.
Ahora que ya se empiezan a destapar las caras de los contrincantes a las próximas elecciones presidenciales, reaparece el argumento desgastado de que dándole entera libertad al mercado del dinero, se van a arreglar todos los problemas.
Aún no acabamos de pagar las consecuencias de la falta de regulación de los capitales, cuando ya se vuelve a blandir el argumento de que el Estado es solo una pieza minúscula en la sociedad, encargada de legitimar permisos y concesiones a quienes tienen más poder económico. El discurso circular no nos permite extraer un aprendizaje de la coyuntura económica que acabamos de pasar en la que el valor del salario disminuyó y muchas familias perdieron sus casas.
En los años que acaban de pasar, fue evidente que el exceso de especulación en los mercados de capital, el intervencionismo militar bajo premisas equivocadas, la disminución de impuestos al 2% de los más acaudalados y la adicción al petróleo crearon una enorme crísis de bienestar.
Pero en esa compulsión a la repetición, muchos candidatos vuelven a cuestionar si la inversión en energías limpias y la regulación de la especulación bursatil tienen sentido.
El debate que se empieza a dibujar debería por lo menos inciar con un reconocimiento de los errores de la administración que inició este caos.