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Será difícil detener la globalización de la economía, en un tiempo en que una tableta digital se diseña en California, se produce en China, y se vende Latinoamérica y el mundo. O cuando, los mismos fondos de inversión del llamado 401 K de los trabajadores norteamericanos están siendo invertido en acciones (stocks) en Latinoamérica, China o Japón.

La globalización de la economía depende de los Tratados de Libre Comercio para que adquiera un carácter legal. Los últimos que se han discutido son con Panamá, Colombia y Corea del Sur.

Teóricamente, estos tratados servirían para que Estados Unidos vendiera más mercancías elaboradas y se produjeran más empleos en las fábricas. A cambio, los demás países podrían vender otros productos necesarios para los norteamericanos, incluyendo materias primas.

Pero en la forma en que está funcionando la globalización, la preocupación de empleados y sindicalistas norteamericanos es legítima: la globalización significaría tan solo la exportación de empleos que abaratarían la mano de obra y eliminarían prestaciones laborales. En los 10 últimos años, se han exportado más de dos millones de empleos a países donde los derechos laborales son más débiles y la mano de obra más barata.

Por eso, es importante que el gobierno norteamericano, incluyendo su cuerpo legislativo, se asegure primero que las ventajas marginales del TLC no sean desventajas esenciales para los trabajadores.