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Vivir en el Sur de California es celebrar el Halloween y el Día de Muertos. Son dos tradiciones que tienen sentidos diferentes: una de origen celta, la otra de origen mexicano.

A nadie le debería espantar esto. Casi todos los países del mundo ha tenido dobles o múltiples influencia en la formación de eso que le llaman la “imaginación colectiva”. Las tradiciones tienen el propósito de hacer más asimilables ciertos misterios y etapas de la vida. Aunque con frecuencia cambian debido a la economía y a otros fenómenos sociológicos, están ahí para remarcar ciertas ideas en diferentes partes del año.

Con el Halloween, los niños aprenden a manejar ese sentido del horror que aparece tempranamente en sus pesadillas nocturnas y en cosas que aún no se explican. Con esto, se juega con los fantasmas y las brujas, y disfrazándose juegan a que ellos también pueden asustar a los “abusivos” adultos que tienen todo el poder de mandar y decidir.

Algo más adulto, y con un mayor sentido espiritual, es la recordación de los muertos del 2 de noviembre. La presencia imaginaria de los muertos, que nos acompaña en cada una de las acciones del año en forma de valores y reacciones aprendidas, se hace presente alrededor de una ofrenda.

Las ofrendas son objetos que cumplen la función de símbolos: son las cosas más queridas de nuestros ancestros. De estas se derivan pensamientos, recuerdos, reflexiones y alegrías que nos dejan mejor plantados para seguir batallando en este mundo lleno de conflictos.