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16 oct.- Para muchos sorprendió que el presidente Obama se refiriera en términos despectivos, generalmente utilizados para describir a países exportadores de productos agrícolas, a la situación política de los Estados Unidos generada por el enfrentamiento con la Cámara de Representantes.

Según Obama, “esto es los Estados Unidos de América -no somos una república bananera, no somos una nación de holgazanes, no evadimos nuestras deudas. No podemos simplemente dejar de pagar nuestras deudas.”

La última vez que había escuchado esa frase para referirse a algún aspecto de la política en Estados Unidos -sin contar la relación de Michelle Obama con la famosa tienda con el mismo nombre- fue hace más de quince años cuando mi colega Darío Moreno en el programa ’60 minutos’ caracterizó a la política en Miami como una República bananera. Moreno fue objeto de enormes críticas por su supuesta falta de sensibilidad étnica.

No he escuchado la misma crítica al Presidente Obama; quizás habría que preguntarse si un jefe de estado debe hacer comparaciones que aún hieren sensibilidades de aquellos que vienen de países mono cultivadores.

Más allá de si es políticamente correcto utilizar esta frase, veamos si la comparación es válida. Estados Unidos tiene hoy un déficit presupuestario crónico y una incapacidad política para lograr consensos de gobernabilidad. Le debe más a Europa y China de lo que genera anualmente en impuestos. Su sistema de partidos se enfrenta a una de las peores crisis de su historia. Y los políticos de ambos partidos se comportan cada vez más como sus colegas en países de frágil institucionalidad.

Samuel Huntington, el ya fallecido profesor de Harvard, temía que algún día el país entero se convirtiera en un gran Miami, en una República bananera de 300 millones de habitantes, y todo por culpa de la influencia latina.

La paradoja hoy es que una buena parte de los países bananeros tienen sus economías en mejor orden que la nuestra. Sin embargo, sus democracias siguen siendo minadas por la falta de confianza de la mayoría en sus políticos y en las instituciones en que estos funcionan. Hace poco el Barómetro de las Américas de la Universidad de Vanderbilt reveló que los latinoamericanos confían más en sus políticos y sus instituciones que los norteamericanos en las suyas.

Dicho en términos académicos podría existir hoy mayor cultura cívica en América Latina que en el norte, algo que debe tener muy preocupado a toda la escuela de la ciencia política que diseñó el concepto a finales de los años cincuenta.

Es seguro que Demócratas y Republicanos llegarán a algún acuerdo y Estados Unidos no llegará al default de algunas Repúblicas bananeras. Sin embargo, el daño que estos políticos han tenido sobre el sistema es enorme. Restaurar la cultura cívica se demorará décadas y mientras tanto la advertencia de Obama y de Huntington es quizás más real de lo que ellos mismos imaginaron, pero esta vez no es por culpa de los latinos.

– Eduardo A. Gamarra es profesor de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de la Florida.

(Las tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)