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Hay días en que no puedo evitar ser amable. Días en que me siento optimista simplemente por poder caminar. En esos días siento que no puedo evitar saludar.

Para no sentirme menospreciado, si alguien no me contesta el saludo, antes de decir cualquier cosa, me imagino que son una pared, una piedra o un piano.

-Buenos días señora Pared

-¿Cómo le va señor Piedra?

-¡Qué bien luce usted señorita Piano! (debe escucharse muy bien cuando la tocan).

Con esto en mente, no me preocupa si me contestan o no.

Sin embargo no puedo desconocer el gusto que da cuando alguien nos saluda con verdadero entusiasmo, aunque sea con albures o vaciladas.

-¡Qué onda maestro!… ¿cómo te va?… ¿cómo andas?… Pues aquí, como las tamaleras, quejándome y vendiendo-

En eso estaba pensando hoy que estaba viendo las fotos del funeral de José Luis Sierra, mi amigo y colega que conocí en La Opinión, y que en sus últimos días trabajaba para Mundo Fox.

Aún cuando me lo encontraba a las carreras en la mañana comiéndose su pan con café, era un gusto saludarlo.

Las primeras palabras que cruzamos en el 91 fueron muy cordiales.

-Oye, me gustó mucho tu columna -me dijo, parándose frente a mi cubículo- ¿cómo es que te dejaron escribir así?

Para entonces, yo no conocía a nadie en La Opinión, ni sabía si había normas especiales más allá de “informar y entretener”, que era el propósito de las primeras columnas de “TeVeoOnoTeVeo” en Teleguía. Yo venía de hacer crónicas en la Sección Cultural de El Universal de Paco Taibo I, así es que la pregunta de José Luis, me dejó pensando.

Con el tiempo entendí el problema que advertía José Luis: había entre muchos colegas una disociación demasiado rígida entre el disfrute de la lectura y el “reportear”.

El comentario de Sierra fue una advertencia y un estímulo para seguir haciendo lo que hasta ahora hago.

Como lo demostró Fidel Samaniego en El Universal, las crónicas pueden combinar el estilo narrativo de entretener con la información. Es algo que pretendemos muchos, aunque no siempre lo logramos.

Cuando se empezaron a morir unos cuantos colegas (Miguel Angel, Luisito, Juan Carlos, Darío-), me di cuenta que los trabajadores del periodismo escrito somos muy vulnerables al olvido. Somos casi como los antiguos “tlacuilos” que aunque escribieron los códices de la historia de los aztecas, nadie sabe quiénes carajo fueron.

Fue en ese momento en que quise hacer yo mismo una compilación de historias de mis colegas.

Me quedé a principios del camino: les tomé unas cuantas fotos, como una donde está José Luis Sierra, con sus plumas en la bolsa.

Faltó una crónica.

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