Skip to content
Author

LA SEÑORA del Swapp Meet de la Villa Alpina la tenía en el suelo, entre chanclas, ropa y muñecas usadas.

La maquinita de escribir aún tenía su estuche, y sus teclas “cantaban” ese sonido que hoy ha desaparecido de las salas de redacción de los periódicos.

“Soy un escritor de cartas”, le dije. “Ahora si me voy a trabajar”.

Al llegar a la casa, con Brasso y aceite W-40 le dí una limpiada hasta que quedó reluciendo en plateado y negro sus viejas glorias.

“¿Ya trajiste más tiliches?”, me dijo la Chulita.

Con esa máquina de escribir Royal, recordé aquella máquina en que mis hermanas Martha y María se entrenaron como secretarias en la Academia “Vilaseca Esparza”. La misma máquina que luego serviría a Paula, Mario y a mí, para “pasar a máquina” las tareas que nos dejaban en la escuela.

Pero la máquina negra del Tianguis era más vieja que la de Martha. En una máquina así Ian Fleming escribió “James Bond” y Ernest Hemingway, “El Viejo y El Mar”.

La maquinita Royal soportó los embates de La Gran Depresión, y en sus primeros modelos portátiles, George Edward Smith, presidente de la compañía, tiró más de 200 máquinas desde un avión en paracaídas para convencer a los distribuidores de la Costa Este de la fortaleza de su producto.

Finalmente entregó así unas 11,000, de las cuales solo 10 se dañaron.

No la mía.