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Tallando y tallando, las señoras dejaban limpia la ropa, aunque el jabón amarillo que arrojaban al lago fuera matando poco a poco los peces.

Las señoras no sabían mucho de ecología, ni de psicoanálisis, ni de ciencias políticas, pero ahí hablaban de plantas, de sexo, de políticos corruptos. Era una catarsis, una descarga emocional de las cosas que no entendían pero querían decir.

Quizá las pláticas de lavadero se hubieran convertido en otra cosa, si la maestra de la escuela se hubiera ido también a lavar ropa con ellas, pero eso nunca ocurrió.

Después de años de tallar y tallar, el laguito se secó, los peces murieron, el pueblo seguía administrado por políticos ineficientes, y la mayoría de ellas seguían sin disfrutar el sexo como Dios manda. Esas pláticas no arreglaban nada.

La falta de progreso del pueblo, hizo que emigraran a otro país más desarrollado. En las nuevas lavanderías públicas, primero fue difícil continuar con las mismas conversaciones por cuestiones del idioma, pero, poco a poco se fueron encontrando no solo con señoras, sino con señores con quienes conversaban de la economía, la inmigración- y el sexo.

Las cosas eran más fáciles. Ahora con máquinas lavando la ropa tenían más tiempo para chismear.

Luego vinieron los teléfonos celulares, primero muy sencillos, luego más inteligentes desde donde podía hablar a la radio, y entrar a las redes sociales.

Las personas más aventuradas abrían cuentas de Twitter y de Instagram.

Pero las pláticas de lavadero, esencialmente eran las mismas, ahora con otros canales.

Cuando hablaban de política, unas defendían al candidato millonario que no había pagado impuestos mientras el país mandaba a muchos chamacos a morir a una guerra en un país petrolero. Sin decirles cómo, el millonario les prometía que iba a traer de regreso los trabajos que se fueron, y que todos iban a estar contentos.

Pensaban que si un millonario había mandado hacer sus corbatas a China y comprado acero chino para sus hoteles, se podía arrepentir de eso, y comprar acero nacional, nomás para crear trabajos aquí.

De las cuestiones sexuales que se habían metido en los debates, unas desconfiaban más del comportamiento procaz del millonario, que de la candidata a quien le pusieron los cuernos.

Y en eso estaban, cuando, de repente un publirrelacionista del candidato les descargaba en la radio y en sus tuits toda clase mensajes sin comprobar.

Sin mucha información, sin leer buenas revistas o libros, solamente “tuiteando” y escuchando radio, unos creían que el millonario era el lobo feroz de Caperucita Roja. Otros creían que era Santa Clos.

De la candidata, unas no creían aún en el poder de la mujer, aunque tuvieran hijas.