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Nueva York, 27 feb (EFEUSA).- Mariam Ghani es una de las muchas artistas visuales reconocidas alrededor del mundo que viven en el barrio neoyorquino de Brooklyn, pero desde hace casi cinco meses es, además, la hija del presidente de Afganistán, un papel que asume con naturalidad y cierta distancia.

“He trabajado profesionalmente en el mundo del arte durante trece años y mi padre (Ashraf Ghani) ha sido presidente menos de cinco meses. Mi carrera como artista es más larga que la suya como presidente”, puntualiza en una entrevista con Efe, antes de inaugurar su nueva exposición en una galería en el distrito de Chelsea, en la isla Manhattan.

Con una notable carrera artística a sus espaldas, tras exhibir en salas como el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), la Tate Modern de Londres o el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), Ghani no quiere que la comunidad de creadores la identifique con su familia, aunque admite que eso va a atraer más “atención” sobre su obra.

“Mi trabajo ya ha ido circulando en el mundo del arte durante mucho tiempo, si no hubiera sido así nunca habría dejado que esta conjunción surgiera”, subraya.

“Pero no me avergüenzo -aclara-, estoy muy orgullosa de lo que mi padre está haciendo”.

Ashraf Ghani, antropólogo de profesión, fue elegido presidente de Afganistán el pasado 21 de septiembre para suceder a Hamid Karzai, pero hasta la caída del régimen talibán estuvo en el exilio, desde donde ocupó cargos en lugares tan destacados como el Banco Mundial.

Mariam, que nació en EEUU y hasta el 2002 no pisó el país de su padre -su madre, Rula, es de origen libanés y de confesión cristiana-, asegura que la mayor parte de su obra es fruto de su posición de “foránea infiltrada”, con la que ya se encuentra muy cómoda.

“El lugar donde me siento como en casa son las fronteras”, confiesa la artista, que en 2002 realizó “Permanent Transit”, un proyecto sobre las contradicciones de los jóvenes nacidos en el exilio, que se sienten cómodos en “tierra de nadie”, como aeropuertos o barcos.

“Pero yo soy neoyorquina y esto es de alguna manera pertenecer a la nada”, afirma entre risas la artista sobre la ciudad en la que vive, donde no ha cambiado nada para ella desde que su padre ha llegado al poder.

Sin embargo, sí que ha afectado por motivos de seguridad a sus proyectos en Afganistán, donde está intentando hacer un archivo de las películas que se salvaron de la represión del régimen talibán.

“Hay una historia entera de intelectualidad y de modernismo afgano completamente ignorada por Occidente pero que contribuye a la manera en que los afganos se entienden a sí mismos”, reivindica la artista y profesora, que considera que es un buen momento para que “un nuevo Afganistán sea inventado por los afganos”.

Así, Mariam Ghani quiere recuperar cine, radio y fotografías para recordar a sus compatriotas épocas pasadas en las que Afganistán era un ejemplo de modernidad, como los años sesenta “con las mujeres en minifaldas” o el reinado de Amanulá y Soraya (1919-1929), de los que habla con admiración por abrir el palacio al pueblo por primera vez o construir viviendas accesibles a los más pobres.

Feminista, activista y liberal, Ghani considera que la situación de las mujeres en Afganistán es todavía muy crítica en algunas provincias, pero que para que el trabajo de muchas organizaciones las beneficie se deben abordar reformas amplias en cuestiones de derechos humanos y de desigualdades económicas.

“Mientras la gente pueda ser tratada como propiedad, las mujeres podrán ser tratadas como propiedad”, sentencia.

Ghani acaba de inaugurar “Like Water from a Stone”, una última muestra en la galería Ryan Lee en la que exhibe algunas de las fotografías que tomó en Noruega en colaboración con la coreógrafa Erin Ellen Kelly, que transmiten la dificultad de extraer la vida en un territorio “hostil pero a la vez precioso”. EFEUSA