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Madrid, 11 jul (EFE).- La literatura debe “seducir” y con esa intención el escritor Antonio G.Iturbe creó “La isla de Susú”, una obra infantil concebida como “una pausa” en el ajetreado mundo actual, con una protagonista rebelde e independiente inspirada en el extravagante personaje de Pippi Langstrump.

“Quería hacer un libro divertido, que dejara un poco de poso e hiciera pensar un poco, porque caminamos muy deprisa, pero no sabemos adónde vamos”, asegura Antonio G. Iturbe en una entrevista a Efe en la que afirma que le seducía la idea de “introducir la pausa” a través de la isla Marabú, un islote desierto del Pacífico, poco habitado, al que llega Susú para ejercer de jardinera submarina.

Lulú, una joven muy independiente, camina por la vida “con mucha prisa” y con un toque rebelde a lo Pippi Langstrump, Pippi Calzaslargas, una niña que para el creador de “La isla de Susú” (Edebé) fue “como un cortocircuito” en una época de una televisión “muy gris y aburrida”.

En la remota isla Marabú, Susú se encuentra con personajes curiosos que la hacen pensar “que hay otra forma de ver las cosas”, entre los que se encuentran un reflexivo farero, la dueña de una posada o una familia de maoríes.

La joven protagonista empieza a interiorizar que quizás “no siempre lo más inmediato es lo más útil”, como cuando debe renunciar al moderno traje de neopreno que lleva a la isla en favor del antiquísimo traje de buzo que se encuentra en la casa, al darse cuenta de que el primero no la permite sumergirse para poner su jardín submarino, mientras que con el segundo lo logra fácilmente.

La obra, de la que ahora se acaban de publicar los títulos “Un jardín en el fondo del mar” y “¡Silencio se rueda!”, trata de hacer pedagogía “sin aburrir”, una misión a la que ayudan las ilustraciones de Alex Omist, un ilustrador con el que Iturbe ya colaboró en “Los casos del inspector Cito”, de la que se han vendido más de 100.000 ejemplares y se han hecho ediciones en ocho países.

Para ello, su autor utiliza mucho el sentido del humor, “una especie de antídoto de la solemnidad y de la pedantería con un punto extravagante”, ya que -asegura-, si se mira con detenimiento, todo el mundo tiene “un punto de locura y de rareza”.

Además, para la construcción de la historia también se inspiró en un referente de su niñez, “El principito” de Saint-Exupéry, al que hay algunos homenajes en el primer título, cuando se habla de un árbol que al principio supone una “molestia enorme” para Susú, hasta que al final se da cuenta de que es “su árbol”.

“Se trata de un guiño a la rosa del principito, al momento en que descubre que, aunque en la tierra hay miles de rosas, la suya es especial”, pequeñas referencias que, según su autor, entroncan con esa idea “de vida un poco más pausada”.

Para Antonio G. Iturbe, la profesión de jardinera submarina “no es tan rara”, al considerar que en la tierra se vive “obsesionado” con la idea de abrir bases en la luna o mandar sondas a Marte, “mientras que ahí abajo, en el fondo del mar, hay un mundo enorme por descubrir, cordilleras que no se han cartografiado y montones de barcos sumergidos que nadie ha encontrado”.

“No sabemos nada del océano que tenemos al lado”, asegura el escritor, que vive frente al mar en el municipio catalán de Vilassar de Mar, quien considera que la acuicultura “no es algo tan loco y extravagante” y recuerda que el mar probablemente será “la gran despensa del futuro”.

También Robinson Crusoe planea sobre toda la historia, ante la idea de que, “cuando nos cansemos de este mundo tan loco, siempre quedará alguna isla desierta a la que huir”, un entorno natural que el ilustrador Álex Omist ha sabido plasmar con imágenes “seductoras” en las que la naturaleza se desborda.

En el tercer título, que todavía no se ha publicado, la isla deberá asimilar la llegada de turistas, un fenómeno nuevo que “enloquece” a sus habitantes.

Por su parte, el cuarto título hará un homenaje a los aviadores al llegar el correo a la isla a través de una aviadora muy especial que recuerda a Amelia Earhart, la estadounidense célebre por sus marcas de vuelo, desaparecida en el océano Pacífico en 1937, cuyo cuerpo y avión nunca se encontró y quien, “a lo mejor, se quedó a vivir en isla Marabú para hacer de cartera voladora en las islas”. EFE