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El debate mostró a un Romney beligerante y al mismo Obama tranquilo y seguro de las elecciones pasadas, y aunque estas características le ganaron puntos hace cuatro años, parecen haberle quitado puntos en esta ocasión.
El debate mostró a un Romney beligerante y al mismo Obama tranquilo y seguro de las elecciones pasadas, y aunque estas características le ganaron puntos hace cuatro años, parecen haberle quitado puntos en esta ocasión.
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Sin hacer más preámbulos; según mi punto de vista, ninguno de los dos candidatos satisface las necesidades de este país.

Por un lado, el presidente Barack Obama con su endeudamiento sobre el erario público y su rescate bancario; su poca acción por regular las prácticas abusivas de los mismos bancos que rescatamos, sus guerras -habiendo ganado el premio Nobel de la paz-; su liderazgo endeble, más apegado a las necesidades republicanas que a las del partido que representa, etc.

Por el otro, Mitt Romney, un candidato que promete ser peor que Obama, apostando totalmente por el crecimiento de las grandes empresas a costillas del pueblo, subiendo impuestos a la clase media, que es lo que estuvo pregonando antes de llegar al debate en televisión nacional. Se inclina también por continuar el perdón fiscal a la clase privilegiada. Promete además invalidar el seguro médico universal de Obama, que aunque no es del todo bueno -en la revisión le quitaron sus mejores puntos- es algo que garantiza servicio médicos para todos [los que cuenten con documentos] aun con enfermedades preexistentes. Romney también ha demostrado ser insensible al clamor latino por una reforma migratoria que daría a muchísimas personas la oportunidad de regularizar su estatus. Y no se hable de los comentarios burdos y metidas de pata por los que ha sido escarnecido en las redes sociales. Parece que Enrique Peña Nieto, el entonces candidato mexicano que fue hecho presidente hace poco, empezó la moda de la auto-conflagración política, o en otras palabras, de quemarse a sí mismo apenas abre la boca.

Viendo las opciones, uno termina entonces avocándose al “menos pior“.

Me pregunto entonces, ¿será que esto es una democracia real? Y es que la verdad no se siente así.

Más allá de los candidatos, si vamos a analizar sus respectivos partidos -americanos por excelencia-, nos vemos en una peor situación.

El partido demócrata por ejemplo, parece abogar por la clase media y por su desarrollo -aunque últimamente no hemos visto mucho de esto.

Aunque también, en su calidad de partido liberal, aboga por cuestiones como el aborto y el matrimonio gay, cosas que en un país donde hasta el 2011, aproximadamente el 80% de individuos se proclamaban cristianos, y donde alrededor del 40% de estos asistían a una iglesia, resultan ser temas bastante controversiales, inclusive definitivos al momento de elegir un candidato.

El partido republicano por su lado, parte de la teoría que solo el crecimiento empresarial puede salvar al país, enfocándose por ende en esa premisa, y prefiriendo los castigos fiscales y el recorte de programas sociales a las clase media y baja antes que la imposición o subida de impuestos a las corporaciones. Aunque claro, con sus ideas conservadoras en contra del aborto, matrimonios gay, etc., ganan muchos adeptos, que si bien no los escogen tanto por sus políticas económicas, si lo hacen por su consciencia cristiana en estos temas cruciales para ellos.

Este fenómeno pudo verse avivado en la reelección de George W. Bush. Este ex presidente no solo hizo uso de los conocidos temas conservadores, sino que además, había casi declarado una guerra santa después de los ataques del 11 de septiembre del 2001 en contra de los extremistas musulmanes liderados por Bin Laden.

En resumen, ambos partidos, los cuales se supone que deberían ser representativos, son en realidad un extremo poco característico del individuo promedio de este país.

O votas por aquel que apoye tu economía, pero no tus principios; o votas por aquel que apoye tu consciencia y devaste tu economía.

Los partidos independientes que podrían ofrecer una verdadera opción, no tienen la cartera suficientemente para ser escuchados, por ende, no aparecen en un debate político. Y es que aquí y en China, el dinero se traduce siempre en quién habla más y quien tiene la última palabra.

Mándenos sus comentarios a rmsandoval@live.com