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  • Parte de la colección en el Museo Nacional de Antropología.

    Parte de la colección en el Museo Nacional de Antropología.

  • Los Voladores de Papantla en el bosque de Chapultepec.

    Los Voladores de Papantla en el bosque de Chapultepec.

  • Reconstrucción de la fachada de un templo en la sección...

    Reconstrucción de la fachada de un templo en la sección maya del Museo Nacional de Antropología del Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México.

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Fue un fin de semana, dentro del tiempo de vacaciones en el cual programamos mi esposa, mi amigo, su mujer y yo, una visita al Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México.

Nos llevó casi seis horas recorrer la planta baja con colecciones arqueológicas de todo el país y casi la mitad de la planta alta, la cual muestra las variantes etnológicas del territorio mexicano.

Mi esposa estaba muy interesada leyendo cuanto podía. Poco después, ella me reclamaría el hecho de haberla llevado hasta ahora a este museo siendo que habíamos visitado el Distrito Federal en tres ocasiones.

Y es que cometí un error bastante común entre muchos paisanos que visitan su lugar de origen. Van a ver a familia y amigos, lo cual no está nada mal. Lo único malo es que se olvidan de algo muy importante: el aspecto cultural de los viajes vacacionales.

Cuánta gente que conozco, al ir de vacaciones, olvida de llevar a sus hijos a conocer museos. Los niños mayormente, son bastante susceptibles a crear nociones de los sitios que visitan, y de nosotros depende que estas sean positivas.

El que aprendan sobre sus raíces, ayuda a consolidar en sus personalidades la confianza y a fomentar una identidad sana, y sobre todo les genera un sentimiento de pertenecer a algo.

Mi esposa experimentó algo así en aquella visita.

En un descanso, comimos afuera del museo y nos sentamos a observar a los Voladores de Papantla.

La ceremonia, era la misma que practicaban frente a los colonizadores haciéndoles creer que era un juego y no algo religioso. Fue así que los españoles permitieron que los nativos siguieran practicando este clamor hacia sus dioses para terminar con sequias o para pedir buenas cosechas. En este ritual, cuatro personas se lanzan girando alrededor de un poste clavado en tierra mientras que otro más se queda bailando sobre la punta del mismo llegó a su final.

Los “Voladores”, como también se les conoce, pasaron a pedir donaciones entre sus espectadores, la mayoría de ellos extranjeros. Todos cooperamos.

Mientras platicaba con mi amigo, otro de los danzantes se nos aproximó. Pensando yo que venía a pedir cooperación una vez más, me apresuré a decirle que ya la habíamos dado. El, con una sonrisa condescendiente me dijo -no vengo para eso.

Después de pedirle disculpas, Agustín comenzó a platicarnos como para él era un orgullo ser parte de este ritual considerado por la UNESCO como herencia cultural, que lo había llevado a conocer otros países.

Inglaterra, Japón, Alemania, Australia, Africa- este hombre había visitado los sitios menos imaginados.

Aunque también nos comentó como algunas veces había sentido cierta discriminación por parte de otras personas, a veces sutil y a veces directa.

-Pinche indio, ¿Por qué te vistes así?- le profirió un compatriota suyo alguna vez, y él, con su hablar pausado, como atrapando las palabras en el aire, traduciendo mentalmente de su dialecto al español, le respondió -Para dar a conocer la cultura de usted y la mía- nuestra cultura.

Nuestro amigo agregó -gracias a este trabajo, he mandado a dos de mis hijas a la universidad- y aunque ya algo cansado, espera mandar ahora a una tercera.

La calidad humana de Agustín, un Volador de Papantla, hizo palpable esa idea abstracta que llamamos cultura y que exponemos en un museo. Hizo también tangible algo que a muchos mestizos se nos olvida- el respeto a nuestra propia gente y el reconocimiento de nuestras raíces.

Mándenos sus comentarios a rmsandoval@live.com

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