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El niño, Roger Farré y su padre Boris Farré (i), durante la conferencia de prensa ofrecida hoy para informar del nacimiento del primer niño, hijo de un progenitor con la enfermedad de Corea de Huntington, libre de la herencia genética que le supondría desarrollar en el futuro esa patología, llevado a cabo por la Unidad de Reproducción Humana de la Fundación Jiménez Díaz.
El niño, Roger Farré y su padre Boris Farré (i), durante la conferencia de prensa ofrecida hoy para informar del nacimiento del primer niño, hijo de un progenitor con la enfermedad de Corea de Huntington, libre de la herencia genética que le supondría desarrollar en el futuro esa patología, llevado a cabo por la Unidad de Reproducción Humana de la Fundación Jiménez Díaz.
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La herencia genética es algo que no escogemos; así como quiénes son nuestros padres, hermanos y familia en general.

El legado familiar es transmitido hacia nosotros a través del ADN y es lo que nos hace lo que somos, lo que habrá de complementarse a su vez con nuestras experiencias propias. Así es como rasgos físicos y carácter cobran similitudes con los de nuestros padres. Más sin embargo, ciertas enfermedades críticas de nuestros progenitores pasan a ser parte de nosotros también.

Y es el hecho de conocer esto lo que puede definir nuestro bienestar futuro.

En la familia de alguien puede haber incidencias de enfermedades como la arterioesclerosis, la diabetes, el cáncer, etc., y esto aumenta la probabilidad de que los hijos presenten dichas enfermedades. Es allí donde los padres juegan un papel importante en la educación y en la preparación de sus hijos para prevenir y afrontar cualquier patología congénita.

Pero el hecho que entre hispanos, la conservación de la salud no es una prioridad es lo que ocasiona que tengamos una pobre cultura de prevención.

Año con año vamos formando parte de las estadísticas de enfermedades que podrían fácilmente haber sido prevenidas o a lo menos tratadas con mayor éxito. Pero al no cuidar nuestros cuerpos sabiendo que existen grandes probabilidades de que por herencia podamos tener alguna enfermedad futura, nos hacemos presa fácil de esta.

El pretender que lo que les pasó a nuestros padres puede no pasarnos a nosotros y vivir con esa premisa es poco prudente. Y es lo que en realidad terminamos haciendo muchos.

Un amigo cuyo padre era diabético vivió de forma normal hasta sus treintas. Comía y bebía sin discriminar el valor nutritivo entre sus alimentos y tenía sobrepeso. Fue hasta el día que tuvo ciertos episodios de confusión y pérdida de visión que se animó a visitar un médico. El diagnóstico, inevitable: diabetes.

Mi amigo tenía la azúcar tan alta que de haber durado más tiempo sin ir al doctor y sin inyectarse insulina, podría haber caído en un coma indefinido.

Él tuvo mucha suerte y en el presente, vive una vida sana entre ejercisios y dieta balanceada. Desgraciadamente, no muchos pueden decir lo mismo y terminan topándose con aquella enfermedad que ilusamente ignoraron toda su vida.

Una actitud proactiva nos lleva a enterarnos sobre cómo evitar dichos padecimientos. Cosas como las dietas (evitando ciertos alimentos) y el hacer ejercicio adecuado para cada tipo de enfermedad pueden ser suficientes para ayudarnos a conservar nuestro bienestar y así poder tener una mejor calidad de vida

La herencia que nuestros padres nos dejan puede ser muy rica y muy preciada, pero aquella parte negativa de esa herencia que tampoco ellos eligieron es la que debemos manejar con sensatez. El saber que ellos tuvieron cierta enfermedad, representa un aviso para nosotros. No ponga oídos sordos a ese aviso. Mantenga una dieta balanceada, haga ejercicio, pero sobre todo, no olvide el hacerse chequeos médicos anuales.