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  • "Un muro que divide dos países, dos realidades, se cierne...

    "Un muro que divide dos países, dos realidades, se cierne sobre la tierra que en un principio no era de nadie."

  • Un trabajador inmigrante en ruta a California.

    Un trabajador inmigrante en ruta a California.

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A 18 años de haberme venido a vivir a este país junto con mi madre y hermano menor, una historia de tantas sobre inmigrantes se cierne al recordar aquellos momentos y situaciones que me trajeron a Norteamérica. Y aunque después de trabajar allí un año no estaba en mis planes regresar; tiempo después y sin sospecharlo, mi regreso a Norteamérica se fue fraguando a pesar de todo…

Mi regreso a México pasó sin pena ni gloria. A decir verdad, no le informé a nadie sobre cuándo lo haría, así que nadie me recibió en el aeropuerto.

Allí, seis meses lejos de mi familia, me enseñarían a mirar la vida con otra perspectiva. Ya mi visión como estudiante, como mexicano y como persona había cambiado completamente al haber vivido fuera de mi país por poco más de un año.

Por primera vez era capaz de ver a México fuera de esa burbuja en la que viví. Me di cuenta de que existían cosas que antes conocía y aceptaba. Como el hecho de que México, como la mayoría de pueblos latinoamericanos, tenía una sociedad clasista y castista, por decirlo así. El color de la piel, el dinero y el apellido, jugaban un papel fundamental en la vida de cada persona. Las famosas “palancas” para obtener una buena posición o trabajo no podían faltar. La burocracia llegaba a ser algo insufrible. El racismo existía de una forma, aunque no extrema, sí tolerada; y de ello, los más sufridos eran los indígenas. Aun mis propios prejuicios heredados estaban sobre la mesa.

Entre análisis como estos transcurrieron 6 meses, en los que por otra parte, el interés por mi carrera fue desvaneciéndose. Me acuerdo que me rebelaba silenciosamente en contra de los proyectos propuestos por los maestros, los cuales creía tan limitados. Pensaba que estaban tratando de crear arquitectos para obras pequeñas, para construir los clásicos ‘palomeros’ del INFONAVIT o casas de interés social. Sentía en ese tiempo que la educación que estaba recibiendo estaba confinando mis posibilidades.

A pesar de este tipo de cosas, ese tiempo en mi país fue de los mejores. Disfruté de mis amigos y de mi gente como nunca. El hambre y el amor por mi propia cultura se acrecentaron.

Sin embargo, el hecho de que mi madre estuviera trabajando en otro país me hizo cambiar poco a poco de idea en cuanto a seguir estudiando en México. Y es que a pesar de su negativa de apoyarme en mis estudios, pude darme cuenta que a falta de mi hermano Gerardo a su lado -quien era casi como su ‘brazo derecho’-, ella de alguna forma, estaba deseando mi apoyo en esa decisión tan difícil de hacer una nueva vida en otro país.

Poco a poco, de distintas formas, fui intuyendo que dejar México iba a serme inevitable.

Y sucedió mi partida. De todas formas mi vida, obviamente, ya no era la misma.

Me interné como tanta gente en esta nación norteamericana, que a pesar de aun parecerme extraña, era solo un poco más de lo que ahora me parecía México. Esa frase “ni de aquí ni de allá”, aunque simplista, se tornaba bastante exacta…

A mi regreso a Los Angeles, comencé nuevamente a asistir a la escuela nocturna de inglés, y posteriormente al College, algo así como una universidad de bajo costo. Entre cursos de inglés, música y escritura, fui ampliando mis aptitudes. A la par, seguí trabajando como cargador, obrero y otras cosas de ocasión.

Recuerdo que fue en ese tiempo cuando perdí mi carro por no sacar el seguro que en ese entonces se hizo obligatorio. La verdad no me alcanzaba el dinero. Sacarlo del corralón me hubiera costado casi el doble de lo que pagué por él. Pasé un tiempo oscuro al quedarme sin trabajo también. El insomnio era cosa frecuente en ese entonces. Mas aun así, pude tomar un curso intensivo de 3 meses de secretariado en computación. Gracias a esto, posteriormente trabajé en una agencia en la que certificaba cuidado infantil para gente de bajos recursos.

Fue un gran reto para mí, no solo por el salto obvio que estaba dando de trabajar en cualquier cosa a algo específico. Recuerdo que al contestar la llamada de quien me ofreció el empleo, la mujer me explicó que tenía que mantener el papeleo de varios casos, además de hacer entrevistas. Esto último me petrificó, pues mi inglés tan limitado me hizo creer que no lograría ejercer esa posición y decepcionado se lo hice saber a la persona del otro lado del teléfono.

¿Quieres trabajar o no? Fue su pregunta, impaciente pero generosa. A lo cual respondí entonces con más seguridad: sí.

En fin, a través de la vida, pude aprender que cada vez que se me atravesaba una situación difícil, lidiando con aquellos problemas -que no fueron pocos-, las soluciones y el tiempo me hacían mejorar en todo aspecto. Aunque el apoyo de familia, amigos y hasta desconocidos siempre se hizo patente.

Recuerdo que en viajes a México me maravillaba que por peor que pareciera la situación, la gente seguía sobreviviendo; “sacando la casta”. Es por eso que el suelo donde nací, sigue estando a flote a pesar de tanto político tan corrupto e incompetente.

Y de este lado del “charco” no es diferente. La gente lucha por algo mejor. Busca su bienestar y el de sus hijos. Realiza tareas difíciles y peligrosas por mantener a los suyos.

Las nuevas generaciones, los niños hispanos nacidos aquí, son privilegiados en muchos aspectos. El heroísmo de sus padres -muchos hasta arriesgando sus vidas- les proveyó de grandes oportunidades.

Mi historia es solo un pequeño grano de arena en este mar de inmigrantes. Y es aquí que, con la frente en alto, seguimos buscando nuestro futuro… a pesar de todo.

Mándenos sus comentarios a rmsandoval@live.com

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