Skip to content
Author
PUBLISHED: | UPDATED:

Hace poco tiempo platicaba con un amigo que sufre de depresión acerca de todo lo que le pasa y como la depresión le había cambiado la vida de forma negativa.

Con un sincero deseo de ayudarlo, le pregunté si asistía a alguna iglesia o algo así por el estilo, por lo cual me preguntó bromeando si ahora quería convertirlo.

Aunque la pregunta se la hice porque me vino a la mente cierto estudio científico hecho acerca de la felicidad.

En él, se tomaron dos grupos de personas.

El primer grupo era compuesto por aquellos quienes se consideraban ateos o no ejercían ningún tipo de práctica espiritual. El segundo, era conformado por personas que asistían a algún tipo de iglesia constantemente y trataban de seguir la doctrina de su religión.

La conclusión de dicho estudio fue que aquellos que se sujetaban a un poder superior, tenían más capacidad de perdonar y sanar malas relaciones, al mismo tiempo que mantenían un ánimo más positivo la mayoría del tiempo. Ellos “entregaban sus problemas a Dios”, cosa que les ayudaba a no “estancarse” por causa de estos.

Este grupo contenía por ende más personas que se sentían felices y realizadas independientemente de lo que estuviera sucediendo en sus vidas.

El grupo de los que no se consideraban espirituales, tenían más dificultades al tratar de aceptar tanto traumas pasados como vicisitudes diarias. Eran más tendenciosos a sentirse negativos y algunos hasta tendían a culpar a los demás de lo malo que les sucedía, cosa por la cual eran menos capaces de perdonar a otros y asimismo, lo que les llevaba a sentirse mal anímicamente.

Otro estudio reciente publicado por Noticias en inglés MSN, daba a saber que aquellos que tenían una vida espiritual, presentaban ciertas zonas del cerebro más gruesas que los que no.

Myrna Weissman, quien trabajó en el nuevo estudio y es profesora de psiquiatría y epidemiología en la Universidad de Columbia y directora del departamento de Epidemiología Clínica-Genética en Nueva York State Psychiatric Institute dijo al respecto: “nuestras creencias y nuestros estados de ánimo se reflejan en nuestro cerebro y con las nuevas técnicas de escaneo cerebral podemos empezar a ver esto. El cerebro es un órgano extraordinario. No sólo controla, pero es controlado por nuestro estado de ánimo.”

Mi amigo se mantenía alejado de toda religión por las malas experiencias que había tenido con ciertas personas mientras asistía a una iglesia.

Las tildaba de hipócritas al ver que a pesar de sus creencias seguían comportándose mal según sus palabras.

Pero, ¿hasta qué punto los actos de otras personas, pueden definir nuestras decisiones y hasta nuestra misma vida?

Lo que me hace pensar que la mejor resolución que uno puede hacer en este principio de año -ya sea religioso o no-, es no depender de los demás para sentirnos bien ni para mejorarnos en lo personal y… ¿por qué no?, también en lo espiritual.

Fue lo que le aconsejé a mi amigo. ¿Usted qué opina?

Mándenos sus comentarios a rmsandoval@live.com