Me llamó la atención una historia sobre el actual alcalde de Miami, Clinton Johnson, quien en su próxima visita a Cuba y en búsqueda de experimentar por lo que pasan miles de cubanos al escapar de su isla, regresará ni más ni menos que en una balsa construida por él mismo.
Por un lado, cruzar el estrecho de la florida con una balsa rudimentaria como las que tienen que usar los cubanos para aventurarse al mar en búsqueda de pisar suelo americano; no es poca cosa. Poniéndolo bajo una perspectiva real, es simplemente cuestión de vida o muerte.
La zona de 90 millas, es peligrosa por sus tormentas impredecibles y por estar plagada de tiburones. Así que quien que se aventura a cruzarla, pensaríamos, solo sería por buscar una vida mejor o morir en el intento.
Sin embargo, por el otro lado, este alcalde, quien está en contra del embargo contra la isla, quiere experimentar en carne propia lo que pasan esas personas que, con la esperanza de mejorar su realidad a través de un acto temerario, pero tan necesario para ellos, realizan esa temible travesía.
Este acto sensible, y en mi opinión, hasta heroico, nos da la idea de alguien que se opone a aceptar los prejuicios. Alguien generoso, que tal vez capta la idea que aquellos que vienen a este país arriesgando sus vidas, no vienen con la idea de arrebatar, de robar, o de causar problemas. Vienen a ganarse, con su trabajo, ese sueño que tantos han tenido desde que América representó la tierra prometida.
Las políticas migratorias que imponen fronteras, burocracias e incontables limitantes, son insensibles a la necesidad humana. Se basan en el principio básico del temor a perder y no en el principio moral de compartir.
Aunque la verdad es que este país se hizo más grande al compartir. Al recibir a gente de todo el mundo. Gente que a su vez, contribuyó a su riqueza.
Leyes insensibles y absurdas como la de “pies mojados, pies secos”, la cual dicta que si un cubano, después de pasar una travesía extrema -la cual lo convierte en un sobreviviente-, logra pisar tierra americana; puede ser aceptado para recibir asilo. Claro está que para lograrlo, tienen que pasar una segunda prueba, que aunque no es mortal, si puede resultar devastadora. Me refiero a los guardias costeros americanos que fungen como el ICE de Miami, y tratan de evitar, “a toda costa”, que los cubanos puedan pisar suelo americano.
Es así que la gran mayoría de esos balseros, quienes son sobrevivientes en busca de asilo político, ya con pocas fuerzas ya para nadar o remar rápido, son perseguidos en las playas de Miami de una forma no solo egoísta, sino denigrante, inhumana y ridícula.
Espero que la buena voluntad de este alcalde y su gran acto, ayude a sensibilizar a todos aquellos que se niegan a abrirles las puertas a nuevos inmigrantes. Una persona como Clinton Johnson que se aventura a “ponerse en los zapatos de otro” antes que aceptar los prejuicios establecidos, no puede menos que inspirar.
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