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Sin lugar a dudas, Fidel Castro marcó un antes y un después en la historia mundial moderna.

Ese parteaguas se conformó cuando un estudiante de derecho de la Universidad de La Havana, lideró una revolución que se fraguó en México, país al que fuera exiliado y donde conocería a uno de los participantes más icónicos de dicha revuelta: el Ché Guevara.

Castro, estudiante, abogado, candidato, guerrillero, primer ministro y presidente cubano – en ese orden-, gobernó por más de cuatro décadas la pequeña isla del Caribe sobreviviendo a invasiones, intentos de asesinato y un embargo económico estadounidense cuyas crudas consecuencias, sumieron al país en un estancamiento profundo.

Como me dijera un amigo, “represión genera represión”; y en este contexto histórico la frase aplica perfectamente. Bien sabida es también la represión que Cuba sufrió bajo el mandato castrista. Durante este periodo, el encarcelamiento de presos políticos fue algo rutinario. El control de la prensa fue y sigue siendo hasta ahora tenaz. De otra forma, no se puede explicar cómo un gobernante pueda durar tantos años en el poder.

A pesar de esto, el “Comandante” pudo lograr algunos de sus planes visionarios para la isla.

Seguro médico universal, reforma agraria, educación gratuita de primer nivel, igualdad y seguridad sociales… aunque precisamente fue el estancamiento en el campo económico, el que llevaría a muchos a oponerse a su ideario; a emigrar a Miami y a conformar el único frente anti-castrista hasta hoy.

Su partida del poder en el 2006, y su partida definitiva de este mundo hace unos días, generaron gran sorpresa.

Y es que fuera de todo ese claro-oscuro que se torna alrededor de su figura, no se puede negar que el hombre fue un ícono de nuestra era moderna, siendo el predecesor de un comunismo-socialismo en Latinoamérica a pesar de la gran influencia Yanqui en la región.

Cuba ha podido librarse de ese yugo por más de 50 años gracias a él; pero todo con un gran costo. Un David, quien luchaba en contra del imperialismo, no pudo quitarse la gran sobra de Goliat que pesó siempre sobre él.

Si bien, la normalización de las relaciones cubano-estadounidenses están hoy sobre la mesa, el ingreso inminente de un Donald Trump al poder, amenaza con coartar el levantamiento de un injusto embargo que solamente ha castigado a la gente cubana.

Su partida, deja a una Cuba en medio de la incertidumbre. ¿Seguirán acechándola el estancamiento económico, la represión, el control del estado y la posible continuidad del embargo? Solo el tiempo lo dirá.

Sin embargo, el legado de una Cuba libre del estigma social de la desigualdad clasista y racial que existe en el resto de América, fue una de las cosas que hasta hoy, dan testimonio de un regidor que buscaba, a su manera, el bienestar de su nación. “Condenadme, no importa, la historia me absolverá” fueron sus famosas palabras mientras fuera enjuiciado tras su primer intento de derrocar al entonces presidente cubano, Fulgencio Batista.

Por cosas como esta, la figura fuerte de Fidel parece trascender junto con la del Ché, con la misma fuerza ambivalente que tuviera en su momento la imagen del desaparecido guerrillero. Descanse en paz, Fidel Castro.