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Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades.
Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades.
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La vida en las ciudades es ajetreada y estresante. La convivencia permanente con entornos de asfalto, cemento, acero y cristal también produce cambios en el cerebro que afectan a nuestro carácter y en las defensas orgánicas.

Prisas, contaminación, ruidos, aglomeraciones, tráfico, mensajes visuales, ambientes artificiales, proliferación tecnológica. La vida en las grandes urbes, caracterizada por las circunstancias cambiantes y a menudo caóticas y un ritmo de actividad frenético, a menudo ha sido relacionada con un mayor riesgo de sufrir problemas de ansiedad y del estado anímico.

¿Quien no ha perdido alguna vez los nervios al verse atrapado en medio de un atasco que lo obligará a llegar tarde a una cita importante a donde se dirigía a toda prisa con el tiempo justo? ¿Quién no se ha sentido ‘mareado’ en alguna ocasión ante el continuo bombardeo de mensajes y estímulos para todos sentidos que nos llegan a cada instante y en todo sitio en la ciudad?.

Estas y otras situaciones similares que afectan a los urbanitas son pasajeras, pero debido a su reiteración o carácter crónico dejan su huella permanente en el cerebro, de acuerdo a una reciente investigación internacional que ha merecido la portada de la prestigiosa revista científica ‘Nature’.

Los investigadores, que han analizado la actividad neuronal de personas sanas de áreas urbanas y rurales, han descrito por primera vez cómo los habitantes de las urbes sufren alteraciones en dos regiones del cerebro reguladoras de las emociones.

Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, y aunque residir en un área urbana brinda muchas oportunidades, también repercute en la salud mental de muchas personas.

“Los desórdenes de ansiedad y del humor son más frecuentes entre los urbanitas y la incidencia de esquizofrenia es dos veces superior en las personas que han nacido y viven en ciudades, según el servicio de información científica Plataforma SINC, que ha recogido el reciente estudio publicado en ‘Nature’.

Para llegar a esas conclusiones, los investigadores del Instituto Universitario Douglas de Salud Mental en Montreal (Canadá) y del Instituto Central de Salud Mental en Mannheim (Alemania), realizaron experimentos con resonancia magnética funcional, una técnica que permite el funcionamiento de distintas áreas del cerebro ‘en vivo y el directo’ mientras la persona se expone a distintos trabajos mentales, estímulos o situaciones.

Así constataron que la vida urbana se asocia con respuestas de mayor estrés en la amígdala, una zona del cerebro involucrada en la regulación del afecto y el estrés. En términos de bioquímica, la investigación viene a demostrar que nuestras hormonas sufren una transformación como consecuencia de la vida en la ciudad.

LA URBE

Los científicos descubrieron que en los ‘urbanitas’ sometidos a una presión psicológica intensa que participaron en el experimento se activaba en mayor medida una región cerebral denominada amígdala y otra zona, conocida como corteza cingulada anterior perigenual, lo cual no ocurría en los participantes que se habían educado o vivían en el campo.

“A la amígdala se le atribuye un papel en el procesamiento de las reacciones emocionales, así como en el desarrollo de “trastornos de ansiedad, depresión y otros comportamientos que se observan con mayor frecuencia en las ciudades, como la violencia”, según los autores del trabajo, dirigido por el doctor Andreas Meyer-Lindenberg, de la Universidad de Heidelberg (Alemania).

“Estos experimentos sugieren que las diferentes regiones del cerebro son sensibles a la experiencia de vivir en una ciudad en algún momento de la vida”, el doctor Jens Pruessner, coautor del artículo e investigador en el Instituto Universitario Douglas.

Otra de las huellas o “mutaciones” que deja el vivir en una ciudad en las personas se relaciona con las defensas orgánicas, y a diferencias del patrón de activación cerebral ante el estrés que se relaciona con ciertas patologías, es de carácter positivo.

Quienes descienden de familias que han vivido en lugares tradicionalmente densos de población podrían estar genéticamente mejor preparadas para combatir infecciones, según un equipo de la Universidad de Londres (Reino Unido) que investigó cuánta gente portaba una variante de un gen específico que aumenta la resistencia ante la tuberculosis y la lepra.

La presencia del gen protector resultó ser más común en aquellos individuos que provienen de regiones con una larga historia de urbanización -desde el Medio Oriente hasta India y en regiones de Europa donde las ciudades llevan miles de años establecidas-

donde pudieron haber cundido las enfermedades en una época.

Los autores han explicado que la frecuencia con que se producen estas secuencias genéticas protectoras es mayor en áreas donde la enfermedad ha causado una alta mortalidad durante siglos o milenios.

Cuando una población ha estado expuesta a una enfermedad mortal, las personas más aptas para transmitir sus genes a la generación siguiente son aquellas cuya estructura genética les permite combatir la infección.

En ciudades y pueblos, donde la gente está en contacto más cercano, la posibilidad de exponerse a una enfermedad infecciosa es en teoría mucho mayor. A lo largo de los siglos, con mayores niveles de exposición histórica, aumentan las probabilidades de que esos genes resistentes se propaguen entre la población.

Según los científicos británicos este hallazgo demuestra que “el desarrollo de las ciudades influye en la selección evolutiva”. EFE-REPORTAJES