Fueron rápidas, como el tiempo que tarda una nube en pasar al fondo del reloj de sol de la Iglesia de Santa Ana.
Las vacaciones a Zacapu fueron breves, pero lo suficientemente largas como para cruzar varias conversaciones que me hicieron tomar distancia de algunos hechos alentadores y pesimistas: entusiasmo por la salud preventiva, contaminación visual, calidez humana, desastres ecológicos, respeto por la tradición…
Zacapu es una muestra de lo que es Michoacán y México. Una ciudad en la que se vive la tensión entre la tradición y el progreso, entre la Identidad nacional y la disolución de lo propio ante el embate de la globalización.
Zacapu significa “lugar de piedra” y fue fundado por Iré Ticátame y Fray Jacobo Daciano. Pero la penetración cervecera de una marca, podría definirlo como “Zacapu de Corona”.
La marca está frente la iglesia, sobre las gradas del teatro al aire libre de la Plaza Morelos.
Está en los changarritos, en los mercados, en los servilleteros, en los muros de las calles, en la sopa…
La contaminación visual y la agónica arquitectura de adobe oprimen el entusiasmo. Uno quisiera que Zacapu siempre conservara los tres tiempos que definen la existencia: un pasado de roca, barro y cantera; un presente de hierro, concreto y cables; un futuro de… integración y armonía.
La idea de “progreso” nacida de la Revolución Industrial que buscaba siempre, y a toda costa, empujar a las ciudades a “lo más rápido, lo más nuevo” no siempre se apega a lo mejor de los estilos de vida.
Hoy sabemos que la destrucción de la ecología y la falta de respeto a los “signos de identidad” de la cultura, son algunas de las consecuencias que se están pagando por no entender que no siempre “lo más nuevo, lo más rápido” es lo mejor, y que la “conservación” no se opone a la “innovación”
En notas subsecuentes mostraré piezas de un rompecabezas inconcluso de unos cuantos días que pasé en mi “hometown”.
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