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Estambul, 5 mar (EFE).- La decisión de una comisión de la Cámara de Representantes de EEUU a favor de reconocer el genocidio armenio puede tener implicaciones para todo el Cáucaso, un territorio en el que conviven medio centenar de etnias.

En 1915, la cúpula del Imperio Otomano ordenó la deportación de cientos de miles de ciudadanos de etnia armenia al desierto sirio, acusados de ser una quinta columna que ayudaba a Rusia en la Primera Guerra Mundial.

Muchos de los deportados murieron de hambre, enfermedades o asesinados por los paramilitares kurdos que los escoltaban.

Fuentes armenias cifran el número de muertos en 1,5 millones, mientras que historiadores independientes rebajan la cifra a la mitad, y Turquía las reduce a pocos cientos de miles.

Los líderes otomanos responsables fueron condenados a muerte tras la Guerra por las potencias vencedoras, pero por diversas cuestiones políticas se les permitió escapar de su reclusión, aunque luego cayeron uno a uno a manos de vengadores armenios.

En Turquía, que sucedió al Imperio Otomano, el genocidio continúa siendo un tabú y varios intelectuales han sido juzgados por hablar de él, por lo que su reconocimiento por terceros países es visto como un ataque a sus principios.

El más reciente caso es una iniciativa de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU, que adoptó ayer un documento que califica lo sucedido como “genocidio”.

En 1991, Turquía fue uno de los primeros estados en reconocer la independencia de Armenia tras la caída de la Unión Soviética, con la intención de recuperar su influencia sobre el Cáucaso.

Pero en 1993, Ankara decidió cerrar su frontera y congelar las relaciones con Ereván en solidaridad con su aliado Azerbaiyán, que se enfrentaba a Armenia por el enclave del Nagorno-Karabaj, que sigue ocupado por tropas armenias hasta hoy.

Con llegada al poder del actual primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, un islamista moderado de talante liberal y pro europeo, las relaciones entre Turquía y Armenia mejoraron, y el pasado año ambos países firmaron un acuerdo para normalizar las relaciones.

Este deshielo se enmarca en la política de corte “neo-otomana” ideada por el ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, que busca recuperar la influencia de Turquía en los territorios que antaño pertenecieron al Imperio.

Sin embargo, el cambio de rumbo de Ankara no ha sentado nada bien en Azerbaiyán, que exige a Turquía no abrir su frontera con Armenia hasta que ésta no se retire del Nagorno-Karabaj.

Por este motivo, Azerbaiyán, anteriormente aliado incondicional de Ankara y Washington, ha incrementado su lazos con Rusia.

Es que en Azerbaiyán y en sus yacimientos de gas está una de las claves de la viabilidad del proyecto “Nabucco”, un gasoducto desde la frontera oriental de Turquía hasta el corazón de Europa que permitiría reducir la dependencia energética de Rusia.

El otro objetivo del Kremlin, que considera al Cáucaso su esfera natural de influencia, es reducir la presencia de EEUU, que se incrementó durante la presidencia de Bill Clinton cuando Rusia estaba fuera de juego geopolítico.

Uno de los resultados de la política estadounidense en la zona es el oleoducto BTC (Baku-Tiflis-Ceyhan), que forma parte del mapa energético alternativo a Rusia pero cuya viabilidad resultó comprometida en 2008 por la fracasada ofensiva georgiana para recuperar las secesionistas Abjasia y Osetia del Sur.

La pérdida de fiabilidad de Georgia ha significado un descenso de la influencia de EEUU en el Cáucaso, convertido cada vez más en el “patio trasero” de las dos potencias de la región: Turquía y Rusia.

Mientras tanto, Armenia sufre el bloqueo del 80 por ciento de sus fronteras (Azerbaiyán y Turquía), por lo que sus únicas salidas son al sur Irán y al norte, a través de Georgia y el Mar Negro, Rusia.

Por otra parte, Rusia y Turquía han aumentado en los últimos años sus relaciones políticas y económicas, ante la alarma de Washington, por lo que la Casa Blanca procura mimar a Ankara y estimular su acercamiento a Armenia.

De ahí que el presidente estadounidense, Barack Obama, presione a la Cámara de Representantes para que no prospere la moción sobre el genocidio armenio, temiendo que pueda hacer saltar en pedazos la normalización entre Ankara y Ereván.

De este modo, el enfado del gobierno de Erdogan podría leerse como una rabieta preventiva de Turquía -ya lo ha hecho en otras ocasiones- artificialmente exagerada para seguir siendo cortejado por la Casa Blanca. EFE