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EL UNIVERSAL. La tragedia del vuelo 17 de las Líneas Aéreas de Malasia tiene dos vertientes político-militares difíciles de separar.

La primera nos pone de frente a un nuevo terrorismo, aún no sabemos si de Estado o no, dispuesto a usar de manera deliberada una tecnología avanzada de combate contra un objetivo civil, claramente un crimen de guerra que puede y debe ser perseguido con base en los preceptos del derecho humanitario internacional.

La segunda es aun más preocupante: la tragedia nos vuelve la atención hacia la posibilidad de que tanto actores estatales como no estatales cuenten con las mismas tecnologías avanzadas de combate y, a falta de una guerra convencional y sin una clara percepción de una victoria militar, estén dispuestos a usarlas contra su misma población.

La proliferación de sistemas lanzamisiles, ahora en manos de grupos insurgentes y de gobiernos de países en desarrollo, ha cambiado las reglas del juego en los conflictos internos e internacionales. Ahora estados pequeños como Siria, Armenia o Azerbaiyán, pueden ejercer poder disuasivo ante insurgencias locales o ante naciones antagónicas por igual. Dos de las razones por las que la comunidad internacional no reaccionó rápidamente ante la supresión salvaje del alzamiento popular en Siria consistieron en el temor a las baterías antiaéreas sirias y a los compromisos comerciales de las naciones exportadoras de armamento a ese país.

Rusia y China han sido responsables de una buena parte de la proliferación internacional de estos sistemas tácticos avanzados, sobre todo en países que tienen una proporción importante de armamento ruso como Corea del Norte, Siria y Vietnam. El esfuerzo exportador de Rusia ha llegado hasta América Latina, particularmente a Brasil, que es el único país de la región que posee sistemas lanzamisiles avanzados.

Apenas en abril del año pasado, representantes de Almaz-Antey, la compañía fabricante de misiles rusos, presumían ante los participantes de una exhibición realizada en Río de Janeiro, que su tecnología actual permite abatir cuatro aviones enemigos simultáneamente desde una sola plataforma lanzamisil. El nuevo sistema lanzamisiles Tor M2 KM, decían, es móvil y puede ser instalado en helicópteros, lo que incrementa su alcance destructivo y su capacidad de penetrar áreas de acceso difícil.

Los avances en la tecnología de misiles tierra-aire han favorecido que grupos sin entrenamiento militar se sientan tentados a adquirirla. En la medida en que su manejo se vuelve cada vez más automatizado, estos sistemas de armas requieren cada vez menos experiencia para su operación. En 2006, el grupo militante Hezbolá utilizó un misil crucero antinaval (ASCM) contra un navío de guerra israelí. Aunque no lo hundió, esa acción fue un punto de alerta sobre el incremento dramático de las capacidades bélicas que las guerrillas, los grupos separatistas o los grupos terroristas pueden tener con los sistemas lanzamisiles.

Es lamentable e inaceptable que una tecnología militar avanzada se haya empleado contra un objetivo civil inerme. No hay ningún argumento ni militar o político que lo pueda justificar. Obviamente usar un misil contra un avión de pasajeros tenía sólo fines políticos. Por eso la investigación que logre la comunidad internacional debe incluir no sólo el esclarecimiento de quién provino el misil (todos los actores tienen la misma capacidad) sino a quien le convenía más y por qué.